Hoy el actor y director Héctor Guido, de 68 años, es el secretario general de El Galpón. Ingresó a la escuela de esa misma institución teatral cuando tenía 18, apenas meses antes de la disolución de las cámaras el 27 de junio de 1973. De todos modos, opina que el evento fue parte de un proceso iniciado años antes: “Prácticamente vivimos en dictadura bajo todo el gobierno de Pacheco. Cuando ya estaba instalada la tortura, hubo represiones brutales con muertes de estudiantes en la calle y persecución a los sindicatos. Todo en un contexto internacional que hace que nuestra experiencia no fuera excepcional. Creo que hubo un momento de una sublevación social muy fuerte, donde los jóvenes fueron la vanguardia de la necesidad de un cambio histórico. Y a veces uno no sabe si todo eso se expresa en una gran revolución cultural, o una revolución cultural fue determinante de ese proceso social. Pero ese era el clima imperante en el mundo durante nuestra adolescencia y nuestra juventud. Vivíamos en una especie de preámbulo de una dictadura que se venía”.

El compositor y músico Fernando Condon nació en 1955, y está vinculado a El Galpón desde niño. “Mi vieja era la escribana del teatro y mi viejo, según dicen, era muy buen actor y fue fundador. Venía de la época de La Isla de los Niños”, dice en referencia al grupo de trabajo con niños que había creado Atahualpa del Cioppo en la década de 1930, y agrega: “Siempre estuve vinculado. Fuenteovejuna, de Lope de Vega, con dirección de [Antonio] Taco Larreta, se estrenó en 1969 y te la puedo recitar entera. El 13 de junio del 68, cuando se estrenaba Libertad, libertad [de Millor Fernández y Flávio Rangel, con dirección de César Campodónico], Pacheco firmó las medidas prontas de seguridad. Hubo una asamblea para ver si se hacía o no se hacía el estreno porque se temía que hubiera una provocación. Se decidió no achicar, y para buscar un recaudo yo grabé la obra con un casetero de aquellos largos que recién aparecían. Le di el casete a mi vieja, que era escribana, y ella certificó que pertenecía al estreno, por si decían que se había editado alguna cosa”.

Uno de los integrantes de aquel elenco es el actor, diseñador y director Dante Alfonso. Nacido en 1948, entró a la escuela de El Galpón en 1970, pero antes se integró al grupo de Fuenteovejuna. “Fue una obra emblemática, de un éxito enorme. De alguna manera, resumía el momento coyuntural que estábamos viviendo”, dice ahora. “Fue una época de manifestaciones, pasó el 68 en París y se extendió a todo el mundo, y acá no escapábamos a esa efervescencia. Por lo tanto, cuando entramos al teatro veníamos con esa experiencia, y hubo algunos sacudones a los que no estábamos acostumbrados. Nosotros queríamos salir a actuar a la calle, y en esa época te decían que no, que tenías que terminar la escuela, y se generaban grandes discusiones, pero terminamos haciendo espectáculos para salir a la calle. Y en el 73 fue el golpe, pero la represión ya estaba instalada. Nos turnábamos en el teatro para hacer guardias a la noche y acompañar al sereno. Acá, en 18 de Julio, llegaban manifestaciones de la [organización ultraderechista Juventud Uruguaya de Pie] JUP y golpeaban las puertas. Por suerte nunca llegó a mayores, pero esa tensión la vivíamos. El terrorismo ya estaba y vivías en permanente tensión”.

El golpe, el exilio, la cárcel y las resistencias

Guido también fue uno de esos serenos que custodiaban la sala. Recuerda que pasaba noches “realmente de terror, pero que vivíamos de forma natural”, y agrega: “Teníamos una puerta de chapa que colocábamos para que no nos rompieran los vidrios, y contra esas puertas uno recibía todo tipo de golpes, cascotazos, dos por tres algún tiro. En esos momentos, después de la disolución de las cámaras, recuerdo que no dejábamos nada de valor en el teatro porque pensábamos que en cualquier momento iban a venir. Pero la clausura de El Galpón fue bastante posterior al golpe. Lo que no significaba que, más allá de la institución como tal, los integrantes de El Galpón no estuvieran bajo una permanente persecución. Caían presos, los torturaban, los soltaban y volvían a caer. Y nadie sabía quién iba a faltar los días de función. Me acuerdo de que un día venía para trabajar en mi turno de sereno y Júver [Salcedo], que estaba dirigiendo El gorro de cascabeles [de Luigi Pirandello, estrenada en 1976 poco antes de la clausura], me dice ‘subí, subí’, señalando una escalera que conducía a la cabina de luces, ‘hacé las luces que el operador cayó preso’. Más allá de la anécdota puntual, muestra que cuando llegabas acá nunca sabías quién había caído”.

Resistencia y exilio

El Galpón participó activamente en la resistencia, primero durante la huelga general, acompañando las ocupaciones de lugares de trabajo, compartiendo canciones y poemas, y luego con la producción artística. Entre junio de 1973 y mayo de 1976 se estrenaron espectáculos como Doña Ramona (de Víctor Manuel Leites, con dirección de Amanecer Dotta), Pluto (de Aristófanes, con dirección de Ruben Yáñez), El combate de la tapera (adaptación de Mary Vázquez del cuento de Eduardo Acevedo Díaz, con dirección de César Campodónico) o la mencionada El gorro de cascabeles. La persecución individual era constante, pero a casi tres años del 27 de junio no se pensaba que la institución fuera a ser clausurada. “Finalmente, pensamos que ya no se iba a cerrar El Galpón, y dejamos de llevarnos las cosas de valor. Y cuando ocuparon el teatro, las pocas cosas valiosas que teníamos, como un grabador de cinta, el vestuario, el archivo, cosas que hoy serían un patrimonio invalorable, cayeron en manos de ellos y desaparecieron”, dice Guido.

Clausurado El Galpón y ante la inminencia de la detención de sus dirigentes, se resuelve pedir el asilo de parte del elenco y sus familias, que finalmente son alojados en la embajada de México; en 2007 se estrenó La embajada, basada en esos hechos, escrita y dirigida por Marina Rodríguez. Otros marcharon al exilio en diversos países, mientras que un grupo que no tenía la certeza de que podía caer preso se quedó en el país.

“Algunos de los jóvenes de aquella época, que estábamos un poquito menos quemados, pensamos en recuperar espacios y abrimos salas como La Máscara o La Candela. Otros, como Júver, con Lilián Olhagaray, Nelly Goitiño, Héctor Vidal hicieron una versión emblemática de La gaviota, de [Antón] Chéjov, y funcionaban como una cooperativa trabajando en varias salas hasta que se instalaron en el Stella D’Italia. Y a otros no les dio tiempo y cayeron presos, como Myriam Gleijer o Luis Fourcade; lo que le pasó a toda la sociedad: unos presos, otros en el exilio, otros en la resistencia”, apunta Guido.

La mirada artística

El disparador de Sin palabras fue una propuesta de la investigadora y realizadora audiovisual Virginia Martínez. “Ella trajo el libro Tiempos de dictadura [Banda Oriental, 2005] y me dijo que le gustaría poner ese material a disposición para que se tomaran insumos. Eso activó otros análisis. Cuando uno lee un libro como ese, se da cuenta de que El Galpón había sido construido, sostenido y defendido por la sociedad en su conjunto y en particular por colectivos que habían luchado muchísimo por los derechos humanos y por la reconquista de las libertades. Entonces inmediatamente nos propusimos invitar a todos los colectivos con los que tenemos tanta historia en común para trabajar juntos bajo la pregunta ‘¿qué hacemos?’”, explica Guido.

A la convocatoria se sumaron el PIT-CNT, Familiares de Detenidos Desaparecidos, Crysol, Daecpu, Agadu, la Universidad de la República, Ayuí, Banda Oriental, la FEUU, Agadu, el Museo de las Migraciones, el Museo de la Memoria, Cinemateca Uruguaya, el Centro de Fotografía de Montevideo, la FUTI, SUA y la Intendencia de Montevideo (IM). “El aporte del Departamento de Cultura de la IM fue clave, porque no tenemos un mango. Estamos en el lugar exacto en que este gobierno quiso que estuviese El Galpón: en una profunda crisis económica. Y desde la crisis vamos a sacar este espectáculo colectivo. Y al no tener un peso hubo que recurrir al Departamento de Cultura, que nos dio un apoyo importante, más que nada a nivel de materiales para la instalación”, aclara el gestor.

Dante Alfonso explica la propuesta en sí: “Es una instalación vinculada al espacio del teatro. El público va a ir pasando por esos lugares y se va a encontrar con elementos que creamos junto con Osvaldo Reyno y Gerardo Mantero, que estamos en la parte del diseño escenográfico. Después hay un trabajo sonoro, de recopilación de documentos y audiovisual, en el que están trabajando Walter Tournier y Lala Severi. Con la parte audiovisual va a terminar el recorrido”.

Condon, por su parte, destaca lo dinámico del proceso creativo, “no sólo por la estructura del espectáculo, sino incluso por su denominación. El que le terminó dando en la tecla fue el flaco Tournier, que le puso el nombre Sin palabras, y Gerardo Mantero lo definió como una instalación en donde hay audio, hay voces, pero no hay gente de carne y hueso. Te diría que va a ser una recorrida que durará entre 35 y 40 minutos por todo el teatro, empezando por la sala Atahualpa, atravesando la parrilla y las escalinatas de los camerinos. Tengo curiosidad sobre qué va a pasar con la gente, porque yo me crie allí, pero es un universo ajeno a la mayor parte del público”.

Respecto al universo sonoro, Condon explica que es “una especie de elaboración electroacústica a partir de materiales preexistentes. Va a haber cosas mías pero también otras composiciones y sonidos que ni siquiera son lo que entendemos como música, pero que tienen que ver. Y no hay una estructura fija. Hice pequeños módulos, células o gestos sonoros que se integrarán repitiéndose cada cuatro o cinco minutos, y después, según el momento en que transita, cada persona va a escuchar lo que esté en ese momento”.

La máquina del tiempo se instala llegando al teatro, pero tiene su primer momento impactante cuando se abre una reja que ya se encuentra instalada a la entrada de la sala Atahualpa. El público, en grupos no muy numerosos, irá subiendo las escaleras, pero en vez de desviarse hacia la sala continuará por senderos que lo ubicarán sobre el cielorraso de la sala principal. Allí, a partir del diseño escenográfico, lumínico y sonoro, se transitará por espacios que tanto pueden remitir a centros de tortura como a espacios domésticos en donde se ensaya una clarinada de murga como gesto de esperanza. Esa tensión entre la oscuridad y la resistencia culminará nuevamente en el hall, en donde los diversos subgrupos de espectadores se reunirán para, ahí sí, ingresar a la platea de la sala principal y terminar el recorrido presenciando el audiovisual creado por Walter y Lala. Sobre esta película, Condon agrega: “Es una pieza audiovisual de diez u 11 minutos, que de alguna manera sintetiza la historia, aunque no de forma cronológica”.

El viaje por el tiempo, sin palabras, estará habilitado en la semana en que se cumplen 50 años de la disolución del Parlamento. La invitación queda instalada.