Lucía Lorenzo
Miradas
Ficciones de laboratorio
“Un feto en un frasco transparente, lleno de un líquido también transparente. Esa era una de las cosas que aprendíamos entonces en el liceo, que los fetos existen, como una partícula de fe, tirada al azar. Y si mirábamos alrededor, rápido, no encontrábamos, en todo el sitio, nada que nos pareciera igual de interesante”
Miradas
Grafías en la ciudad
“Mi cuerpo en la ciudad, mirando y escuchando, como un antiguo flâneur, recorriéndola como si ella me hubiese hecho, no metafóricamente, sino como si ella me hubiese hecho de verdad, del mismo modo en que se edifica una medianera, la escalinata, el arco o la fachada. Hechas así, ella y yo, las dos iguales, nacidas del impulso voluntarioso de alguien más”
Literarias de deporte
“Borocotó”
Miradas
La vida de los teléfonos
Miradas
Contra el viaje
Miradas
El desencanto
Ser adulto significaba haber claudicado, haber renunciado a algo esencial, no a un plan o a un proyecto, sino a una verdad que nos define.
Miradas
Generación
Ficción
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Las maquinarias de la alegría
En 2019, Lucía Lorenzo publicó su primer colección de relatos, Tenerlo por escrito (Civiles Iletrados), algo que veníamos reclamando desde hacía años en las páginas de Lento, donde habían aparecido muchos cuentos suyos.
Miradas
El último cine de barrio
Miradas
Una pegajosa red de amor
Crónica
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Intimidad
En 2019, Lucía Lorenzo reunió algunos de sus relatos en Tenerlo por escrito (Civiles Iletrados), tras haber obtenido varios premios en Uruguay y también en el exterior. Quienes leen Lento ya la conocen, porque ha publicado piezas de ficción y de no ficción desde la primera época de la revista.
Letras
Semblanza del dibujante
Reportaje
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Formas del morir
Eutanasia, suicidio asistido, cuidados paliativos: posibilidades con las que podemos enfrentarnos cuando una enfermedad impide continuar con una vida digna.
Conflictos laborales
Unión, fuerza y otras cuestiones
Trabajadores de la industria farmacéutica preocupados por la consolidación de oligopolios en el área logística y la presencia de “empresas golondrinas”
Fuera de sección
Todo irá bien
No es necesario ser un minero para saberlo: la vida es difícil. Todos estamos ávidos de seguridades y alivios. Quizá por esa razón siempre fui una persona tolerante con las religiones y las personas religiosas. Al menos creo que eso fui, hasta hace poco tiempo. Actualmente mi tolerancia va menguando y eso llama mi atención. Antes era muy respetuosa y hasta sentía, a veces, una rara nostalgia por la religión (es que es difícil ser ateo). Pero todo eso se está terminando. Desde hace un tiempo no soporto ninguna expresión que contenga el menor atisbo religioso, y la espera divina pero resignada me produce un malestar casi físico. Me estoy convirtiendo de a poco en una atea fanática (eso es posible, no crean que no).
Fuera de sección
“¿Qué piensa hacer, señor presidente?”
Montevideo también era verde en mi infancia. Podías asomarte a la ventana y ver el verde un largo rato. Arriba, todas aquellas ramas desmedidas. Y si bajabas la vista a la calle y era fecha patria, podías ver también el desfile militar. Iban ruidosos y ordenados. Iban serios y ensimismados. Las piernas subiendo y bajando, sincronizadas y obedientes. ¿Qué pensaban, si es que pensaban? Podías acercar la cara al vidrio y preguntarte eso. Mil veces podías preguntártelo. Las pesadas botas militares sacudiendo el piso. Primero, una hilera de jinetes a caballo; atrás, la masa verde, dura y familiar. Y antes de verlos, los oías. Ese sonido característico. Como si arrastraran a un muerto y lo golpearan al mismo tiempo. Tenías que mirar dos veces para entenderlo. Allí estaban, como cada fecha patria. Verdeando aun más la avenida. Oías y mirabas aquello y lo sabías. No tenía sentido. Nada de eso tenía sentido.
Fuera de sección
El fantasma de la libertad
A fines de la década del 70 y principios de la del 80, casi nadie iba a colegio privado. Había pocos colegios y allí sólo iban algunos, los niños de clase media alta o alta. Niños que se pasaban el día entero en el colegio sufriendo la tortura del doble horario; niños que parecían salidos de una película inglesa, con sus uniformes calurosos y complicados. Tengo la sensación de que en esa época los padres de clase media no esperaban demasiado de la educación (y quizá tampoco esperaban demasiado de los niños, en general). No recuerdo a ningún adulto quejarse por nada, ni siquiera por que en la escuela nos obligaran a hacer 14 maceteros de hilo sisal por año, entre muchas otras cosas absurdas que se reiteraban hasta la demencia. Había que ir, cumplir el horario, no estar en la lista negra, y con eso bastaba.