América del Sur y Centroamérica viven tiempos de cambio y búsqueda de un modelo de sociedad que permita superar el crónico problema de la desigualdad que caracteriza a nuestro continente. Tratándose de una característica intrínseca del capitalismo dependiente históricamente desplegado, puede observarse cómo cíclicamente hay una resistencia generalizada de los pueblos, en sus respectivos países, buscando sacudir el peso de un modelo explotador y excluyente.

Son oleadas que recorren el continente propiciando algunos cambios, para luego sufrir derrotas políticas y retroceder en los avances logrados. ¿Será para siempre esta lógica de avances y retrocesos, postergando indefinidamente la esperanza de una sociedad mejor, más justa y solidaria?

En la lógica de las circunstancias presentes se trata de detectar los caminos para lograr la consolidación de los avances, y de ser posible, impedir los retrocesos reaccionarios. Ello supone reconocer la imposibilidad de la absoluta sustitución del capitalismo en atención a sus características actuales, y por tanto, se trata de desarrollar transformaciones que permitan avanzar en la lucha contra la desigualdad y por la sustentabilidad ambiental y la generalización de la prosperidad económica.

Los programas de los regímenes progresistas actualmente expresan esta intencionalidad, en particular en los casos de Chile, Colombia, Brasil y Bolivia. Hay allí una intencionalidad de cambio en un contexto de economía mercantil, tratando de identificar caminos sustentables de crecimiento económico, medidas redistributivas, y en particular actuar en la mejora de la calidad de vida de los sectores sociales mayoritarios en el campo de la salud, la vivienda, la educación y la seguridad. Una suerte de neodesarrollismo, que encuentra como una de sus principales virtudes la mayoritaria aceptación de la sociedad.

Uno de los principales problemas que enfrentan estos procesos es su sostenimiento en el tiempo. Las contradicciones existentes se mantienen y los grupos de interés, que históricamente se han beneficiado de tanta desigualdad y exclusión, siguen incólumes a la espera del debilitamiento de los gobiernos progresistas.

La experiencia uruguaya con un Frente Amplio que gobernó 15 años, propiciando cambios fundamentales en todos los campos de la vida social, indica que si no hay un acompañamiento activo del conjunto de la sociedad, factores en sí poco relevantes pueden opacar una gestión y derrotarla en las urnas.

Conformar el denominado bloque social de los cambios es una condición necesaria para darle solidez a las transformaciones impulsadas. Pero siendo necesario, no es suficiente: el proceso tiene que estar acompañado e impulsado por una fuerza política que le dé perspectiva histórica a los cambios y sepa amalgamar las demandas y reivindicaciones de los diversos sectores sociales.

No es posible satisfacer todas las demandas, por lo tanto los necesarios recortes y adaptaciones han de ser negociados con justicia y respeto, pero además con una visión política de conjunto que permita visualizar el rumbo. Ello sólo puede hacerse con una fuerza política que sea capaz de formular la síntesis para el pasaje a etapas cualitativamente superiores.

Lo ocurrido en Chile es tal vez un buen ejemplo. Una larga e intensa movilización popular, inicialmente desarrollada por los jóvenes, logra imponer una asamblea constituyente para el cambio de la constitución. Se hace la elección de los constituyentes y la gran mayoría de los sectores sociales postergados eligen sus candidatos. Luego de arduas discusiones se elabora una constitución en donde quedan inscriptas todas las demandas sectoriales, conformando una sumatoria de enfoques inviable en términos concretos.

¿Qué faltó en ese proceso tan valioso? Una fuerza política que hiciera posible una síntesis históricamente viable capaz de consolidar los cambios deseados.

El caso de Colombia es aún una incógnita, pero en su gran cometido de pacificación enfrenta una situación en donde buena parte del territorio nacional no lo controla el Estado colombiano, y la heterogeneidad de situaciones sociales hace muy difícil la síntesis. Es inevitable la necesidad de un hilo conductor que sea capaz de fogonear los cambios adaptándose a las diversas realidades.

El caso de Brasil es en este aspecto diferente. Se cuenta con un partido político que, en teoría, puede y debiera jugar el papel anotado. El problema es que ese partido, producto de algunos errores cometidos, ha sufrido un desgaste y debilitamiento en su relación con la sociedad. Allí la enorme figura de Lula será fundamental para impulsar el proceso, pero también para devolver y expandir la influencia del partido en la sociedad.

Por último, estas reflexiones llevan a pensar las características del accionar partidario al servicio de una estrategia de cambios. Las sociedades en el mundo, producto del capitalismo globalizado, han sufrido importantes cambios. Las formas del trabajo, las comunicaciones, la construcción de la subjetividad, en el caso de América Latina la consolidación del mundo de los excluidos que el sistema ni siquiera busca explotar, son algunos de esos cambios.

El accionar político tiene que ser muy consciente de todo ello. Las históricas prácticas de la izquierda han perdido vigencia. Hoy es crucial comunicar conceptos con sentimientos, trabajar para la consolidación de identidades, expresarse en el mundo real y en el mundo virtual, entre otros cambios operados.

La lucha de clases es hoy tan vigente como lo fuera en el siglo XIX, nada más que su manifestación es sustancialmente distinta. Es función del actor político saber encontrar las mejores formas de comunicar y organizar en los respectivos contextos nacionales y locales.

El actor político no debe ser un acompañante acrítico de los gobiernos progresistas, ni un opositor intransigente. Se trata de caminar en el mismo sentido pero con funciones y perfiles diferentes. En la fuerza política la gente debe encontrar un espacio en donde expresarse, tanto para el apoyo al gobierno como para su crítica. Debe aspirar a constituirse en el alma del proceso de cambios manteniendo el entusiasmo y la participación de los sectores populares.

Sin lugar a dudas, la esperanza debe de seguir siendo el motor de la acción, pero debe de tratarse de un rumbo posible que fortalezca y consolide la utopía de una sociedad más justa y solidaria.

Álvaro Portillo es integrante del MAS-959, Frente Amplio