La crisis de sobrevivencia de esta humanidad urgida por el escaso tiempo disponible para tomar decisiones sobre su destino obliga a incorporar en el debate político-ideológico una pregunta mayor: la del sentido último del estar-en-el-mundo, replanteando una crítica existencial que parece ya no tener lugar en la vorágine de la sobreinformación medial. ¿Y la historia?

En un reciente discurso ante la Cumbre de los Pueblos celebrada en Bruselas, el presidente de Colombia, Gustavo Petro, decía: “El proceso de producción capitalista ha generado un Frankenstein capacitado para acabar con la humanidad. La perversión química actual de la atmósfera es una expresión ambiental de la acumulación del capital de origen extractivo en su límite: el de la vida”. Y lo que estamos presenciando es una lucha sorda, silenciosa, entre el capital y la vida. Entonces es la vida misma la que se ha convertido en el eje de la política.

Esta cercanía de una instancia terminal se ha hecho tan evidente, que el propósito clásico de la disciplina histórica, el de escrutar el pasado y proyectar su sombra en el presente abriendo una hendija hacia los tiempos venideros, se ve rebasado por un futuro que ya está en el presente, al margen de toda prognosis historiográfica. Como señala Hans Ulrich Gumbrecht,1 el presente se ha ampliado, y tanto la historia como la política ya no disponen de un horizonte para proyectarse hacia adelante, sino que están impelidas a ocuparse de un presente intrincado, sin futuro e inundado de pasado.

¿Es posible que la revisión de ciertas crisis precedentes pueda ser útil para afrontar la tan inédita crisis general actual? ¿Pensamos seriamente que los estudios en el campo de las humanidades pueden tener alguna incidencia real en el curso de los hechos, cuando ni siquiera lo han tenido hasta ahora los estudios y conclusiones científicas sobre la peligrosamente acelerada transformación climática del planeta?

Richard Haass, diplomático norteamericano y analista de la política exterior estadounidense, decía en uno de sus artículos: “Lo que va a suceder es que las tendencias que existen van a tomar más velocidad y volverse más pronunciadas y dominantes. La historia no va a cambiar su curso, sino que se va a acelerar”.2 En otras palabras: “Duerman tranquilos, nadie piense que la forma de producción y acumulación capitalista va a desviar su curso: sólo lo va a acelerar”. Según Haass, el capitalismo global ha generado una historia con piloto automático, es el andar ciego de un sonámbulo.

Eric Hobsbawm, sin embargo, no descartaba que su “historia analítica” abriera un discreto lugar a la prognosis, siguiendo aquella máxima del filólogo alemán Friedrich von Schlegel: “El historiador es un profeta que mira hacia atrás” (a la que volvió Walter Benjamin a propósito del cuadro “Angelus Novus”, de Paul Klee).

Por su parte, Nicola Gallerano3 convocaba a los historiadores a no abandonar el terreno de los medios de comunicación para no dejarles el camino abierto al “uso trivial” de la historia, bregando por un uso crítico del pasado. Gallerano ponía así el acento en la faceta del historiador como comunicador social, y en su consecuente responsabilidad ética.

Uso público de la historia ha sido un término extendido desde los años 90, sobre todo a partir de la polémica entre historiadores alemanes en 1986. Un uso que los medios de comunicación masiva contribuyeron a amplificar, e incluso los museos, cuando le atribuyeron poder ejemplarizante a ese revisionismo. En enero de 2008, por ejemplo, en el Palazzo Grassi de Venecia se presentó una muy celebrada exposición bajo el título Roma y los bárbaros: el nacimiento de un nuevo mundo. Allí se hacía una rehabilitación histórica de los godos, los germanos y los hunos llegados hasta el sur de Europa desde el siglo III, para comparar esos últimos momentos del Imperio Romano con la situación de la Unión Europea contemporánea enfrentada a la oleada incontenible de la inmigración. La moraleja sería: “La mejor defensa no es la violencia contra la otredad, sino su asimilación transformadora”.

A falta de una utopía solidaria que prepare tiempos promisores, ese vacío conduce a una crisis existencial generalizada, ya que el lugar central que debió ocupar el ser humano ha sido ocupado por el capital transnacional.

Más recientemente, en 2022, el Centro Cultural Museo Reina Sofía de Madrid hizo lugar a la exposición Giro gráfico. Como en el muro la hiedra, cuya finalidad fue exhibir distintas formas emergentes de acción gráfica colectiva dirigidas a confrontar situaciones de represión política y de violencia social en América Latina. Una versión de esta exposición, adaptada a las posibilidades locales, fue Giro gráfico: rumores y clamores del Sur, que tuvo lugar recientemente en Montevideo. En estos casos se trató, también, de un uso público de la historia, pero sin ánimo explicativo ni aleccionador, sino confiado en el silente poder provocador del documento, en su capacidad de “hacer pensar”.

Hoy día, cuando el brazo derecho de la guerra cultural procura imponer una enseñanza exenta de pensamiento cuestionador y servil a los intereses del mercado, la pugna reside en las finalidades últimas de la producción y transmisión de conocimiento, lo cual trae a primer plano la interpretación de la historia en un contexto regional e internacional en el que avanza el negacionismo, no sólo acerca de la catástrofe ecológica inminente, sino de los genocidios que ocurrieron y que están ocurriendo en y desde la Segunda Guerra Mundial.

Resurge entonces el problema de la interpretación del presente como uno de los nodos críticos de la cultura, que ha propiciado un nuevo impulso, entre otras cosas, a la teoría del complot. Es indiscutible el papel desempeñado por industrias transnacionales como la armamentística y la medicinal en la concentración de capital y en las macrodecisiones políticas, así como la existencia de una poderosa tecnocracia asociada a la lógica del mercado que urde las operaciones del imperialismo actual; pero la ubicuidad del “enemigo” puede propiciar falsas certezas, o certezas dogmáticas.

Surgen entonces preguntas ineludibles: ¿cómo reprogramar el deseo en un mundo que padece esta psicodeflación generalizada?; ¿cómo resetear un inconsciente colectivo programado para la ceguera, la indolencia o la resignación?

Resulta imperioso el reposicionamiento del sujeto respecto del vacío metafísico actual; vacío que está detrás del sostenido aumento mundial de los suicidios y de la violencia irracional, y del cual, como es sabido, se valen en este continente determinadas agrupaciones religiosas para desplegar estrategias psicosociales de captación, contribuyendo al caudal político de las ultraderechas. A falta de una utopía solidaria que prepare tiempos promisores, ese vacío conduce a una crisis existencial generalizada, ya que el lugar central que debió ocupar el ser humano ha sido ocupado por el capital transnacional, y la proclamada libertad del liberalismo no es para el primero, sino para el segundo.

De ahí que sea necesaria la reubicación consciente del sujeto en la historia, no sólo mediante el debate político-ideológico puntual, sino a través de una problematización de la historia y una ampliación de su marco político hasta el límite de lo metafísico. Esto significa procurar que el sujeto humano vuelva a posicionarse desde un principio ante la pregunta sobre el sentido de estar-en-el-mundo como individuo y como partícula de la totalidad –lo cual, en esencia, es una cuestión política–, para dotar de un fundamento ético solidario a su ser-en-sociedad.

La exploración analítica y poética de ese vacío está siendo asumida hoy por varias prácticas artísticas contemporáneas, en particular por determinadas piezas cinematográficas cuya postulación crítica de la historia reciente se conjuga con una inquietante interpelación existencial, construyendo un territorio propicio para el acercamiento de la historia y la poesía. Claro que ambas, al igual que la filosofía, se han ganado el temor y la desconfianza del sistema, al punto de que puede suceder, en breve, que este pretenda sustituirlas por eyecciones de la inteligencia artificial, esa hija zopenca del tecnocapitalismo que, pudiendo haber sido providencial en una sociedad solidaria contrapuesta a la actual, hoy puede brindar los mejores servicios a la ceguera colectiva final.

Gabriel Peluffo Linari es arquitecto, historiador de arte, miembro de la Academia Nacional de Letras.


  1. Hans Ulrich Gumbrecht. “Encarnación, empatía, rituales. Qué hacer con el pasado tras el fin de la historia”. Historia y Grafía. Universidad Iberoamericana. Año 30, Nº 60, enero 2023 (versión en español de Aldo Mazzucchelli). 

  2. Richard Haass. “The Pandemic Will Accelerate History Rather Than Reshape It”. Foreign Affairs, N. Y. Vol. 99. Nº 2. Marzo-abril 2020. 

  3. Nicola Gallerano. “Historia y uso público de la historia”. Pasajes. Revista de pensamiento contemporáneo. Nº 24. España. 2007.