Silvia Labayru era bella, rubia y de ojos celestes, de familia paqueta y militar, y montonera. Tal vez todas estas características hicieron que recibiera un trato especial cuando estuvo secuestrada en la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada, en Argentina): después de ser torturada, violada repetidas veces y obligada a dar a luz sobre la mesa de torturas, la incorporaron a un grupo en “recuperación” en un sistema de cautiverio insólito.

Fue mano de obra esclava, la forzaron a gestionar escrituras de las propiedades robadas, a infiltrarse junto al oficial de inteligencia Alfredo Astiz, al mismo tiempo que la llevaban a Uruguay, Brasil y México a encontrarse con su marido e hija, junto a la pareja de violadores: un militar y su esposa. Cuando la liberaron sobrevino el otro infierno: el repudio, la condena de sus excompañeros por sospechosa de colaborar con los represores y posible entregadora. Esto se agudizaba por su posición crítica del accionar de Montoneros y la conducta de sus dirigentes, que no adiestraron a sus militantes y huyeron dejándolos sin protección, librados a su suerte. Su situación cambió cuando declaró en los juicios por abusos sexuales, que condenaron a su violador.

Guerriero le dedicó dos años de investigación, con entrevistas a su protagonista y algunos compañeros, personajes que no presenta como atractivos ni simpáticos, y muy contradictorios. La llamada echa luz sobre aspectos oscuros, poco estudiados, y revela el grado de locura y arbitrariedad que se vivió durante los años del terror.

Leila Guerriero. Anagrama; Barcelona, 2024. 432 páginas, 890 pesos.