Juan Manuel Bertón. Estuario, 2023. 116 páginas, 490 pesos.

Decir que la deriva de estos cuentos sorprende al lector es apelar al envoltorio sin hablar del contenido. Es cierto que no suele ser habitual que nos encontremos leyendo cómo una panda de muchachos busca domesticar a un extraterrestre (o un camello) en una pequeña ciudad del interior. Cómo negocian con la autoridad para que no se lo lleven en las redadas y cómo se van alejando de a poco una vez que el visitante alienígena se aquerencia, consigue una changa y hasta parece llevar adelante un noviazgo. Pero también es cierto que esa historia no está puesta ahí en el formato de lo fantástico. El planteo tiene una naturalidad que nos obliga a cuestionarnos el propio concepto de lo que es natural. “Admirable cortesía”, dice Leonardo de León al hablar de cómo fluye el estilo de Bertón. Y tiene razón. No toma al lector por el cuello y lo arrastra por los barros de lo real. Lo invita a entrar a su juego, y así, de maneras “amablemente inusuales” (ahora quien lo dice es Cecilia Ríos), lo deja vibrando en una sintonía diferente.

Hay una Tarariras mágica, con más de aquella ciudad de Mario Levrero que de la Mosquitos de Mario Delgado Aparaín (el narrador personaje en un momento se reconoce deudor de Felisberto Hernández o de Julio Cortázar, pero no es papel de calco el que coloca encima de esos posibles modelos). Ahí los osos, los robots o los hombres pájaro interactúan con los humanos entre el bien y el mal, pero también entre la sorpresa y el tedio. A fin de cuentas, es Tarariras y no Nueva York. Por algo cuando se entromete la cercana Montevideo aparece la incomprensión, la imposibilidad de entender a esos gorilas que en la pequeña ciudad se llevan como mascotas o como compañía o como interrogación.

Bertón tiene una trayectoria corta como autor édito, aunque ya carga a sus espaldas 44 años de vida y un título de sociólogo. En esa trayectoria ganó el Sexto Mundial de Escritura. La solapa dice que lo hizo entre 6.000 participantes que mandaron 30.000 relatos desde 20 países. Aunque haya enviado el suyo desde una casilla electrónica y capitalina, da gusto imaginarlo llegar a la sucursal de correos de Tarariras, dejar a su gorila esperando en la vereda mientras entra con el sobre a despachar su cuento.