Las experiencias de las mujeres que acceden a una interrupción voluntaria del embarazo (IVE) en Uruguay son tan diversas como las personas que abortan. Por eso, cada caso es distinto y, si algo dejan en evidencia los testimonios a los que accedió la diaria, es que no siempre tiene que haber violencias explícitas para que, durante el proceso, se sientan incómodas o incluso agredidas. Este es el caso de una joven en Paysandú, que contó que “con la ginecóloga” que la atendió “no hubo una consulta” en la que se “sintiera cómoda ni segura” o que le “transmitiera tranquilidad”. A continuación, un fragmento de su relato.

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Ya estaba decidido, porque tengo un bebé de un año y medio y la verdad que no quiero tener otro hijo. Fue una decisión consciente; o sea, no tuve ninguna duda en recurrir a la IVE. Si bien tenía información, no sabía cómo era el procedimiento acá, cómo tenía que hacer, entonces empecé sacando consulta normal con la ginecóloga. Casualmente, la primera consulta fue con la ginecóloga que me atendió en el parto, entonces me conocía. Le dije que me quería hacer una IVE y ella me dio enseguida la orden para los análisis. Con esa ginecóloga, que no es la que sigue [el proceso] después, fue muy ágil todo.

Ese mismo día tuve que hacerme análisis de sangre, porque es lo que se necesita para que me dé positivo [el embarazo]. Pedí el análisis de sangre y después tuve que conseguir hora de urgencia para hacer una ecografía intravaginal. El análisis es en un laboratorio privado, entonces no tiene mucha relevancia, pero cuando fui a hacerme la ecografía intravaginal, ahí como ya saben que vas por una IVE el trato fue áspero, no muy cordial. Si bien el sistema de salud funciona así, fue como “hola, pasá”. No hubo mucha interacción conmigo, fue como “subite, abrí las piernas”, “querés ver el monitor”, “querés escuchar”, “¿sí o no?”. Yo les dije que no. Ahí empezó a decir, por ejemplo, “saco de tanto, con embrión de tanto tiempo” y la muchacha que estaba del otro lado iba anotando.

Me parece que va mucho en el conocimiento que una tiene y cómo se planta, porque donde vos te muestres un poco vulnerable ante la situación, enseguida están como al acecho. Yo porque iba decidida, no me mostraba ni vulnerable con el cuerpo.

Sin ser la primera ginecóloga, [el trato] fue frío, no fue para nada cordial. Porque si bien una está decidida, te sentís igual vulnerable. Entonces, esa disposición no cordial a la hora de atenderte te hace ponerte en un lugar de más vulnerabilidad.

Otra cosa que me parece importante es que en todas las planillas de todos los funcionarios aparece que vas a hacerte una IVE. Te sentís expuesta, porque ya las miradas son diferentes, la forma, el trato. Es una percepción mía, pero puede ser desde juzgarte hasta la lástima también.

En la consulta con el equipo interdisciplinario había una psicóloga y una trabajadora social. La ginecóloga estaba en otro consultorio aparte. Yo llegué con una buena predisposición. Me preguntaron por qué y yo enseguida, segura también –porque creo que eso cambia un montón– les dije que ya tenía un bebé y que no quería tener otro hijo, y que era una decisión que en el momento sentía así. Me preguntaron si me sentía acompañada por mi pareja, por mis familiares, si tenía red, y que cualquier cosa podía recurrir a ellas en cualquier momento del proceso. Después me dijeron de los métodos de adopción, que también estaban, y [la entrevista] fue muy corta porque yo estaba bastante intransigente a seguir escuchando. En esa consulta con esas dos profesionales no me sentí violentada.

Después fui con la ginecóloga; todo ese mismo día. Ahí la ginecóloga ya tenía otra postura, ya era fría. No me acuerdo muy bien de sus palabras, pero te cuenta cómo es, te explica esto de los cinco días de reflexión. Ahí sí, si bien no es una violencia explícita, sí hay una violencia simbólica en cómo te reciben y en el tono de voz con el que te están hablando, en el caso de la ginecóloga. Es muy implícita la violencia, pero desde el primer momento –que fue cuando me hice la ecografía– es incómodo porque una está más sensible y esa agresividad simbólica te deja expuesta, desde cómo te reciben, “sentate”, no me acuerdo ni si me dijeron “buenas tardes”; cosas sutiles, pero que ya muestran que es territorio de ellos y que ahí sos una más. Lo emocional quedaría como para la psicóloga y la trabajadora social, que tampoco se abordó mucho, fueron un par de palabras.

Pasaron esos cinco días, que terminan siendo eternos, y volví a la consulta con la ginecóloga. Entré, le dije [que iba a continuar con el proceso de IVE], me explicó lo de las pastillas. Como yo no tenía idea de cómo era, le pregunté si podía ser doloroso, me dijo que sí –que después, en realidad, yo personalmente no sentí dolor, sino como una menstruación más fuerte– y que iba a ser mucha sangre –que tampoco fue tanta sangre en mi caso–. Creo que algo que omitió explicarme es que todos los organismos son diferentes.

Después, otra cosa que me pasó fue que mientras ella me explicaba lo de las pastillas, y yo ya más o menos tenía idea, le pregunté si podía darle teta a mi bebé. Yo anteriormente había averiguado en una página que es muy confiable y decía que sí. Bueno, ella me dijo que no podía darle teta por 12 horas. Primero quedó como con la pregunta bastante interpelada, en el sentido de “no sé qué responderte”, y me dijo “no, no, no, por 12 horas no le des teta”. Yo le consultaba porque estaba confundida, para organizarme con el tema de las pastillas, pero [tuvo] cero disponibilidad a responder eso.

Por ejemplo, le preguntaba: “Si la tomo el sábado, ¿cuántos días puedo estar así?”. Porque yo tenía que trabajar el lunes. Me dice “no sé”. Después me terminé asesorando con una amiga que ya se había hecho una IVE y por internet. La mayoría de las mamás tenemos la cuestión de la culpa muy ahí al acecho, todo el tiempo, y cuando me dijo que no lo dé la teta [a mi bebé] fue como desde ese lugar, como diciendo “no, no le podés dar teta”. Fue onda: “Sacate leche antes, si querés”.

Cuando salí –fui sola porque mi compañero se quedó cuidando a mi hijo–, salí angustiada y con miedo, con miedos que no tenía. Por suerte, tengo una red que me acompaña y tiene una conciencia feminista, entonces lo empecé a conversar y pensé “no, estos miedos me los pusieron”. Por ejemplo, el miedo de dar la teta, el miedo de que me doliera, el miedo del sangrado. Fui con incertidumbres, pero no volví con tranquilidad y seguridad. Todas esas cosas que yo no tenía en mi mente empezaron a estar ahí; no me fui con una tranquilidad de “va a estar todo bien”.

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Demoré un poco para la consulta posaborto, pero esto fue cuestión mía, porque justo cuando tenía la consulta mi hijo estaba enfermo, entonces no fui; terminé yendo casi un mes y medio después, que ahí también me costó conseguir hora. Cuando fui, le expliqué a la ginecóloga y me retó porque no había ido a consulta: “¿Cómo no vas a venir a consulta si tu consulta era en tal fecha?”. Yo le dije que tenía a mi hijo enfermo y que después no conseguía consulta. Y dice: “No, pero vos tenés que venir porque esto está en la ley”.

Me preguntó si me había hecho la ecografía intravaginal para ver si está todo bien, y yo no me la había hecho, porque sabía que estaba ella y la verdad es que está de menos la ecografía y está de menos ir al espacio; no tenía la predisposición para sentirme otra vez así, porque te sentís mal. Entonces le dije que no, me dijo “tenés que hacerla porque está dentro de la ley; si no, estás en falta”. En eso, me dice: “Te voy a hacer un tacto, ¿ya menstruaste?”, y le dije que sí, entonces me hizo subir a la camilla y me dijo: “Parece que está todo bien, igual hacete la ecografía porque pueden quedar restos y eso se puede infectar y después tenemos que hacerte un legrado”. Eso me asustó también.

Con la ginecóloga no hubo una consulta en la que yo me sintiera cómoda, ni segura, ni que me transmitiera tranquilidad. Al contrario. En realidad, es una violencia muy implícita, que te hace sentir mal. A mí, que estaba segura, me hizo sentir mal.