En la nota anterior de esta serie decíamos que la economía uruguaya, por su inserción internacional y estructura productiva, se mueve en torno a ciclos de expansión y contracción, en los cuales se da la paradoja de que lo que empuja el crecimiento al mismo tiempo restringe las posibilidades de diversificación productiva y prepara la etapa de la crisis. De ello se extraen dos conclusiones.

La primera: expansión y contracción no son opuestos, sino dos fases de un ciclo que se explican mutuamente. La segunda: si en la propia forma de crecimiento se explica la persistencia de nuestra matriz primarizada, entonces el crecimiento por sí mismo no resuelve el problema y es preciso pensar en clave de desarrollo. Por esto no parece adecuado tratar la cuestión del crecimiento como si fuera un imperativo ciego, o un asunto de mera cantidad; el problema es también de calidad, cómo crecemos y en función de qué.

A este debate, ya de por sí complejo, se agrega otra dimensión. Hasta el momento, cada fin de ciclo genera la suficiente fuerza sísmica como para un cambio político de relevancia. El estancamiento de la década del 60, que sobreviene luego de la expansión neobatllista, se llevó puesto el régimen democrático. La crisis de la tablita aceleró la caída de la dictadura militar, crisis similares impactaron sobre las dictaduras del resto del Cono Sur. La crisis de 2002 precedió al fin del bipartidismo histórico y abrió paso al primer gobierno nacional del Frente Amplio. Finalmente, el estancamiento de 2015-2019 es el escenario económico que precede a un nuevo triunfo del Partido Nacional y sus aliados y que previamente dio lugar a la emergencia de Un Solo Uruguay y al surgimiento de un nuevo partido del malestar por derecha: Cabildo Abierto.

Foto del artículo 'El nudo (parte II): economía y política'

Como se observa en la gráfica de la variación real anual del PIB, los cuatro acontecimientos consignados coinciden o bien con la resolución de un largo período de estancamiento, o bien con el fin de un ciclo de expansión en la forma de una devaluación y una crisis. Es decir, recurrentemente cada crisis de fin de ciclo sacude la política nacional y produce alteraciones relevantes en su geografía.

No parece adecuado tratar la cuestión del crecimiento como si fuera un imperativo ciego, o un asunto de mera cantidad; el problema es también de calidad, cómo crecemos y en función de qué.

Como vimos en la nota anterior, los ciclos presentan entre sí similitudes macroeconómicas, sobre todo por cómo se solapa la sobrevaluación cambiaria con la fase de expansión y la devaluación en la fase de contracción. Pero no es indistinto quién esté a cargo del gobierno a los efectos de cómo se procesa el ciclo. Como se visualiza en la gráfica del índice del salario real, el crecimiento de la dictadura militar fue acompañado de una drástica caída del salario, el crecimiento de los 90 tuvo como correlato el estancamiento del poder compra de los asalariados, y recién en el ciclo poscrisis 2002 el crecimiento económico se acompasó con un crecimiento sistemático del ingreso de los trabajadores.

Hay motivos económicos que explican esta diferencia, pero también políticos. El último ciclo (aún en desarrollo) en su fase de expansión estuvo bajo gestión de una coalición de fuerte impronta en la clase trabajadora, lo que se traduce en un reparto más equitativo del crecimiento y en un proceso de mayor inclusión. La peculiaridad del ciclo actual es que su fase de expansión fue también de fuerte agregación social. En ello es semejante a lo que fue el período de expansión neobatllista (fuera del gráfico), que no casualmente también fue sucedido por el triunfo en 1958 de una alianza entre el herrerismo y el ruralismo.

El nudo histórico de Uruguay, que en su momento ahogó a los diferentes batllismos cuando los precios de las materias primas no acompañaron, proyecta su sombra sobre un eventual nuevo gobierno del Frente Amplio.

La historia nunca se repite, pero casi siempre rima. El punto con las fases de agregación o inclusión social es que lo que puede ser bueno para la “coalición del trabajo” puede ser un peso difícil de sostener para una estructura primarizada dependiente de los precios de las materias primas y los flujos de capital extranjero. El nudo histórico de Uruguay, que en su momento ahogó a los diferentes batllismos cuando los precios de las materias primas no acompañaron, proyecta su sombra sobre un eventual nuevo gobierno del Frente Amplio.

Este nudo no puede desatarse desde un enfoque meramente distribucionista, como si no hubiera restricciones, ni tampoco se resuelve con el solo crecimiento. Llevamos diez años en una meseta en la fase alta del ciclo, con una sobrevaluación cambiaria histórica. Nadie vive para siempre de coyunturas; más tarde o más temprano la estructura va a pasar su cuenta. Si la coalición del trabajo no es capaz de conducir un debate nacional donde se pongan en discusión las bases mismas de la estructura productiva uruguaya y su inserción internacional, las perspectivas de mediano plazo, a la luz de la historia, parecen ser las de algún tipo de aterrizaje forzoso y cimbronazo político. Sobre los aspectos programáticos de ese debate va a tratar el siguiente y último artículo de esta serie.

Rodrigo Alonso, economista.