Por tercer año consecutivo, Damián Lomba cruza el Río de la Plata para presentarse en Montevideo. Radicado en Buenos Aires, el actor uruguayo llega ahora con Verdar, una obra escrita por el chileno Nicolás Lange que se acerca a la forma en que un director de orquesta convive con el dolor generado por el suicidio de su madre.

Desde que se fue a Buenos Aires, hace diez años, supo que iba a volver, dice Lomba a la diaria: “Era un deseo y la realidad es que estuve siete años en los que no paré de trabajar en Argentina y con proyectos que no me permitían concretarlo, hasta que puse un freno. La única manera posible era a través de la autogestión. Volver me hace encontrarme con aquel adolescente que pasaba por la puerta del teatro Solís o del Sodre fantaseando con poder pisar sus escenarios. Pero no se daba. Después de años de formación y de mucho trabajo, esas puertas se abrieron”.

Hace dos años presentaste Ojalá las paredes gritaran, una relectura en clave posmoderna de la tragedia de Hamlet. El año pasado fue el turno de Lo que queda de nosotros, sobre el vínculo entre una adolescente huérfana y un perro. Un aspecto en común con Verdar es la pérdida de un padre o de una madre y la crisis que genera.

La necesidad de autogestión y de producción me habilitó a sumergirme en la búsqueda de materiales que me comprometieran como ser humano, a hablar de temas de los que realmente quería hablar. Fue un quiebre importante en mi carrera que me llevó a decir que no a otros proyectos y darme cuenta de que estaba en un momento en el que quería ser yo el que tomara la decisión sobre los materiales, de una forma muy quirúrgica, con mucha introspección. Y con cada una de esas obras que mencionás pasaron cosas muy mágicas. Es verdad que las obras están atravesadas por algo que tiene que ver con la existencia humana. Y te diría que esa búsqueda empezó antes de Ojalá las paredes gritaran, porque antes estuve trabajando con poesías de Alejandra Pizarnik, por ejemplo, que marcaron algo muy fuerte en mi vida. Pienso en la frase que ella decidió poner en su pizarra antes de despedirse: “No quiero ir nada más que hasta el fondo”. Eso me permitió navegar en esas cosas que muchas veces dan miedo hablar, como la muerte. Tener presente a la muerte de alguna manera nos hace despertar, por más que estas obras estén atravesadas por otros temas. En Lo que queda de nosotros, más allá de la adolescente y de la pérdida de su papá y su mamá, también aparece la situación del abandono animal, que era algo sobre lo que hacía mucho tiempo tenía ganas de hablar.

¿Cómo llegás a Verdar?

Tengo un vínculo muy grande con Chile, fui varias veces a trabajar, y hacía muchos años escuchaba que se hablaba de Nicolás Lange, un joven dramaturgo que escribía cosas muy interesantes. Estando allá por trabajo le escribí, le dije que estaba interesado en leer algunos materiales de él y me pasó dos obras, entre ellas Verdar. Y ahí hubo algo que empezó a resonar en mi cuerpo, no tenía que ver con la mente sino con el cuerpo. Le dije: “Nicolás, por favor hagamos esto”. Él quedó estimulado por la idea, era la primera vez que una obra suya iba a ser representada en Uruguay o Argentina, porque este proyecto ahora va a tener funciones en Uruguay y en marzo estará en Buenos Aires, en el Complejo Ítaca. Fue muy rápido el proceso: en setiembre hablé con él, en octubre estábamos buscando sala y en diciembre ya estábamos ensayando con Dalia Elnecavé.

¿Que desafíos particulares les presentó?

Estamos frente a un material que aborda un tema tan cruel, como el de un niño que ve el suicidio de su mamá, que puede llevarnos a regodearnos en el drama. Pero después el autor va dejando pistas que muestran que no es ese el camino. Creo que Dalia, que es una gran directora argentina, logró correrme de ese lugar para ver que la obra tiene bastante que ver también con la poesía, con eso de embellecer hasta lo más horroroso. La poesía y el arte tratan un poco de eso, y este material también. Porque el personaje está en esa búsqueda de reírse de la desgracia propia, y de darle un poco de luz a tanto dolor. El juego de palabras de “verdar”, que es una palabra inventada, pasa por eso: muchas veces la gente asocia el color verde a la esperanza, y este personaje lo asocia al dolor, a la oscuridad. Y el otro desafío pasa por estar por primera vez haciendo un unipersonal. Estoy con Dalia, que me acompaña desde la dirección de una forma muy quirúrgica, pero en el escenario está solo mi instrumento.

¿Qué expectativas te genera el estreno?

Trato de no tener muchas, trato de sorprenderme. Tal vez la mayor expectativa tendría que ver con pensar que esta obra pueda ser un canal para que esas personas a las que les cuesta poner en palabras el dolor puedan hacerlo al salir de la función. La obra trata temas como el suicidio, y Uruguay es uno de los países con mayor tasa de suicidios de Latinoamérica. Y que nos permita hablar de la depresión. Ser conscientes de que este personaje puede ser tu hermano, tu primo, tu vecina o uno mismo. Y siempre existe la posibilidad de hablar para poder salir de esos momentos. Personas como Alejandra Pizarnik o María Onetto, que también fue una gran amiga y maestra para mí, quizás no pudieron poner en palabras todo ese dolor. O pudieron, pero las tomó totalmente la depresión o la angustia y decidieron no estar más entre nosotros. Esa creo que es mi mayor expectativa. Después uno desea que la obra pueda circular, que pueda presentarse en otros países, en festivales, pero la expectativa sobre todo va por ahí.

Verdar, de Nicolás Lange. Dirige Dalia Elnecavé, actúa Damián Lomba. Sábado y domingo a las 21.00 en la sala Hugo Balzo del Sodre. Entradas a $ 600, 2x1 para Comunidad la diaria.