“También lo que adoptamos de otras partes nos hace ser quienes somos”, dice Irene Vallejo en un fragmento de su libro El infinito en un junco, refiriéndose en ese caso a la influencia de la cultura griega en el imperio romano. Lenin Tamayo Pinares sabe de esto. Su propuesta musical toma como base el pop coreano o k-pop y su estética y lo combina con elementos del folclore andino y el canto en quechua.

Nacido en Perú hace 23 años, es un artista singular que logró una gran repercusión en redes sociales digitales (acumuló más de cinco millones de “me gusta” en TikTok). Reivindica la cultura andina, pero también defiende la mixtura en su música y cuestiona los estereotipos que existen sobre los artistas andinos.

Así como décadas atrás jóvenes músicos latinoamericanos comenzaron a buscar una expresión propia y no convencional del rock anglosajón, Lenin hace lo propio con el k-pop.

¿Cómo nace esta idea de unir el k-pop con sonidos del folclore andino y el canto en quechua?

Surge en dos momentos de mi vida. El primero fue en el colegio, por cuarto y tercero de secundaria, cuando conocí el k-pop y fue una forma de salir del entorno tóxico que vivía debido al acoso. Busqué otros lugares donde sentirme seguro en el salón y encontré una comunidad de k-pop. Hice amigos y de esa manera conocí el mundo del k-pop. Es el mundo musical que hizo rondar en mi cabeza la posibilidad de trasladar esa experiencia musical y casi social al mundo andino que podía ver a través de mi madre. Ella es artista y en casa la música andina y su industria siempre estuvieron presentes. Era como que en casa tuviéramos una panadería donde se hacían panes con esta influencia andina, y en el colegio encuentro que hay una fábrica al otro lado del océano donde hacen panes megaproducidos y que mucha gente en el mundo los compra. Yo pensé que sería genial que toda esa industria de alguna forma pudiera traducirse a lo que estoy viendo detrás de mi casa, porque siento que sería poderoso. La idea de ver a muchos jóvenes abrazando mis raíces, nuestra cultura, nos ayudaría mucho como sociedad. En la universidad es cuando doy ese primer paso de hacerlo, y comienzo mi carrera en 2020.

¿Qué diferencias hay entre el español y el quechua, sobre todo al cantar, y por qué priorizás el quechua?

Para cantar, el quechua es más profundo. Sucede que yo “aprendí” quechua por mi madre, y mi madre por su abuela en el sur profundo de Perú. Allí el quechua se habla con naturalidad, sin tapujos. La gente no aprende quechua, sino que lo sabe porque nace en una comunidad que lo habla. El quechua, por naturaleza, al menos el que yo conocí, es directo, es profundo. Incluso para burlarse es directo. Es más visible, es un idioma que va de frente al punto, y si es poético, lo es usando referencias a lo concreto, por ejemplo, a la naturaleza. Para cantarlo se tiene que hacer con compromiso. Si lo quieres tomar a burla también tiene que sentirse, no se puede hablar a media caña, sino con seriedad. Muchos se van a la ciudad y su quechua se termina pituqueando, lo hablan como un extranjero que aprende a hablar español, y eso no es quechua real. Una de las razones por las que mi madre se preocupa tanto por mi sonido es para asegurarse de que mi quechua se sienta y que la gente que es quechuahablante se sienta reivindicada, que no crean que me estoy subiendo a un bus gratis, sobre todo porque hablamos de un pueblo sometido durante tantos años a abusos y sometimientos. Por eso el quechua que yo escucho y canto es así, es directo.

¿Entonces sentís que no sólo se habla en un idioma, sino que se piensa y se vive en él?

Es así. Ahí radica el compromiso. No necesariamente hay que tener el vocabulario quechua más vasto del mundo, sino que el hecho de pensar en quechua es una decisión que se toma, es una actitud de abrazarlo con compromiso, sin medias tintas, y no es sólo el idioma, sino la cultura andina en general. Por eso, cuando hay artistas que hacen música andina intentando reivindicarla pero no se siente honesto, la gente del Perú profundo se da cuenta, dicen: ellos no me representan, están utilizando la cultura andina, pero cuando hay que tomar una decisión o pronunciarse no lo hacen. Es una cosmovisión, es una forma de pensar respecto de tus raíces andinas y es algo distinto a la cultura occidental y de ciudad, donde las cosas son tan rápidas y las palabras en español son tantas que una palabra puede perder el peso. Eso en el quechua no pasa; es casi tu firma, es como tu honor.

¿Cuáles son las principales temáticas de tus canciones?

Por esta necesidad que tengo de reivindicar lo que soy y lo que represento, tienen un tinte inspiracional, de abrazar tus sueños pero al mismo tiempo de rebeldía y reclamo. Porque queremos escuchar, sentir las fuerzas de nuestras palabras y que el mundo se dé cuenta de que existimos, y con esos compromisos. Una de las razones por las que mi música tiene esta forma y juega con la estética del k-pop es precisamente porque el k-pop es para mí una armadura que me permite desarrollarla a través de mi cultura y rebasar los límites y estigmas que se tienen respecto del hombre y la mujer andinos en general en este país. El estereotipo del hombre andino es coloquialmente a quien puedes encontrar trabajando en mercados vendiendo cosas o tiene plata pero no tiene “clase”, no está civilizado al 100%. Igual el artista. Es una caricatura; usa su poncho, su pollera, baila, canta y entretiene, pero no es quien “habla”, porque si habla mucho es tildado de algo, de derecha o de izquierda. En mi país pasa eso, yo lo vi respecto a mi madre y a mí. Por eso mi música responde a esos estigmas de esta forma y con mi arraigo cultural. Me da pena que la cultura andina, la mujer y hombre andinos siguen sujetos a presiones internas y externas. Es como jalar la soga de una cultura que sigue viva pero no sabes cuánto más va a sobrevivir. Es una de las razones por las que sigo avanzando.

Gentileza Lenin Tamayo

Gentileza Lenin Tamayo

¿Cómo es tu relación con las redes sociales como Instagram y TikTok, también con Youtube, donde mucha gente puede acceder a tu música y a su vez es posible recibir críticas e insultos?

Estudié psicología, y cuando empecé a ver cómo abordar mi música había terminado la carrera y había proyectado qué iba a pasar en mi país, los estigmas y estereotipos que se iban a tocar, los posibles comentarios que iba a haber. Pero es distinto pensarlo que verlo en carne propia. Cuando lo vi fue un impacto, porque primero irónicamente me viralicé bastante en mi país con un cover que hice a mi manera, con la estética de lo que iba a ser el q-pop [quechua pop]. Comencé a ir a varios medios de comunicación y entender esas expresiones y mensajes en mi país. Esas cosas me pudieron haber hecho no seguir avanzando en lo que quería ser, porque era un cover, no era mi música. El otro camino era hacer lo que quería sin importar el miedo ni la presión. Usé lo negativo y lo positivo de los comentarios como energía creativa para poder responder. Porque con 22 años iba por mi segunda canción pero había vivido una vida artística por mi madre y estaba cansado de ver cómo los artistas de música andina siguen sometiéndose a ciertas visiones y estereotipos. Estaba harto, había vivido en ese mundo. Dije: tengo una vitrina, una oportunidad en la que la gente que me apoya está esperando mi primera canción autoproducida, entonces no voy a tener miedo, voy a jugar con todos los límites. Fue un reclamo, pero no sólo el mío, sino tal vez el de todas las personas con este arraigo cultural tan profundo, que están hartas de ser tomadas por un lado o por el otro de manera distinta. Por eso es interesante esa canción “¿Imaynata?”, en la que traté de responder a las presiones sociales que hay en mi país y es la que tal vez me ha hecho más viral e internacionalizado. Entonces creo que esto es un indicativo de que cuando pierdes el temor a las fuerzas que se están ejerciendo sobre ti puedes empezar a avanzar.

Le das importancia a la estética en tu arte, que también mezcla elementos del k-pop con otros de la cultura andina. ¿Cómo la trabajás?

En general, muchas cosas que se pueden ver en la pantalla son un resumen de todo este camino artístico de más de un año, que es la práctica profesional de la universidad de la vida que mi madre me dio artísticamente. Pude ver cómo ella comenzó a jugar con las tendencias andinas, con la moda étnica; pude ver cómo la limitaban acerca de que no podía cantar con un vestido, que no podía tener escote por ser mujer andina, que debía estar tapada al cantar. Esas cosas son chocantes, porque vi a mi madre queriéndose expresar artísticamente y que no la dejaran porque había muchas etiquetas. Veo que la ropa es también una forma de discurso, de hacer. Pasa lo mismo que con la música. Pude haber jugado con las mismas caricaturas y personajes que hay en mi país, y sin pasarme de los límites, para ser gracioso pero aceptable para mi sociedad. Pero luego me di cuenta, y sería reivindicar lo que tanto hemos luchado con mi mamá, de que con la ropa debo dar un discurso claro de quién quiero ser en mi vida, que puedo accesorizarla, puedo unirla de maneras libres, jugando con muchas etiquetas y estereotipos, usando esta armadura de k-pop, dando un discurso de libertad y de mis raíces. Intencionalmente es así lo de la ropa; yo nazco de esta realidad y de esta necesidad de libertad artística que me hace tomar estas decisiones.

Sufriste lo que ahora llamamos bullying en la escuela y en secundaria. ¿Tu música busca llegar a quienes fueron o son discriminados, a darles esperanza?

Es lo que a mí me hubiera gustado escuchar y lo que vi en los artistas coreanos: verlos tan libres dentro de la caja, que es súper producida en general y con un sistema definido, pero dentro de esa caja se expresan artísticamente libres y eso inspira. Me hubiera gustado ver eso de joven con artistas de este lugar, porque tendría otro discurso y es lo que pasa con el k-pop en quechua. Si un joven que ve mi trabajo en un programa de televisión abierta y no necesariamente habla quechua pero de alguna forma está buscando esperanza en su comunidad y lo inspira, eso es lo que busco. No sólo a la gente que pasa problemas complicados como el bullying, sino a la gente que tiene una forma de pensar muy rígida cantarles “¿Imaynata?” y decirles que reaccionen porque la persona que estás condenando no sabes si estará encima de este escenario cantándote a ti. Tal vez tenga algo que ver con mi profesión como psicólogo, que la gente se concientice, se sensibilice y de esa manera pueda recepcionar la información, en este caso lo que yo hago.

Tu arte tiene un contenido político que si bien no es explícito, entre otras cosas reivindica tu identidad andina.

Sí, y lamentablemente eso en mi país puede verse pintado de un color automáticamente. Hay posiciones que están diametralmente opuestas que generan diferencias y hasta muertes. Y si diera y dijera todo lo que pienso al 100% me estarían tildando de una cosa o de otra. El arte es maravilloso porque con él puedo tocar varios temas, pasando o sorteando muchas de estas etiquetas que hay. Y el quechua es también maravilloso en general porque me permite decir mucho. No es lo mismo hacer k-pop en español que en quechua, ya eso implica un discurso, una protesta. Y que me llame Lenin, todavía peor, pero no lo hago para generar controversia. Es porque esa es la vida que me tocó. Mi familia es del sur, entré al colegio en Lima y me hicieron bullying por diversas razones, entre ellas por mis raíces, y encontré el k-pop como una salvación. Podrá ser el producto más comercializado, el más producido y cercano al capitalismo, pero al fin y al cabo la gente, los fans, hicieron que formara parte de mi identidad y fuera un salvavidas que definió mi tinte artístico. Yo no puedo taparme los ojos ante las cosas que me tocó vivir, ser un personaje de caricatura, de cartón, salir a la cámara y cantar sólo por cantar, porque eso sería darme la espalda a mí mismo. ¿Para qué hago arte, para complacer a otras personas o sólo para mí? Si quiero ser artista, es porque me nace.