El domingo 4 de enero de 2015, Susana da Cuna, de 72 años, estaba buscando regalos para darles a sus nietos en el Día de Reyes y en la plaza Fabini –más conocida como plaza del Entrevero– escuchó la música que bailaban sus hermanos décadas atrás. El regalo, así, fue para ella y vino con un compromiso a asumir.

Hoy es ella quien, desde hace ocho años, cada fin de semana, después del mediodía, sale en una camioneta desde La Teja hacia el Centro con el equipo de amplificación desde el que sonarán tangos y milongas para que bailen los presentes en la plaza.

Allí, en la milonga No Me Olvides, conoció a Ángel Ignacio Clavijo, con quien se casó. Iban juntos todos los fines de semana hasta hace pocos meses, cuando él falleció. Ella es la referencia de quienes concurren a menudo a la milonga, está atenta a lo general y a los detalles de lo que ocurre, baila con participantes, mira si las caras son o no de alegría, cuida que las pertenencias de quienes se levantan a bailar no sean robadas.

Julia Barrios recuerda que hace unos 20 años pasó rumbo a otro lugar cuando encontró la milonga en la plaza Fabini y allí supo que funcionaba desde hacía pocos años. Se quedó bailando tango. “Ya nunca más la abandoné”, dice ahora. Menciona que en ese tiempo el restaurante La Pasiva ponía la música y que eran un grupo de pocas personas las que iban.

Todas y todos pueden

Los responsables de la organización fueron cambiando y el 8 de noviembre de 2015 el hombre que estaba al frente de las actividades se acercó a dos mujeres que bailaban juntas y las intimó a retirarse porque allí no se aceptaban “tortas ni maricones”. Ese hecho tuvo difusión en varios medios de comunicación y causó que la milonga se suspendiera por algunas semanas. El domingo siguiente, además, en el mismo lugar se llevó a cabo una concurrida concentración a la que llamaron “Milonga inadecuada”, en repudio a lo ocurrido.

Tras ese incidente, Susana concluyó que si la milonga dejaba de funcionar, decenas de personas mayores se quedarían sin un lugar de encuentro importante, sobre todo al tratarse de una población que –sostiene– tiene pocas instancias para ello. “Después de ese inconveniente con el señor que venía a traer la música vi que había gente que quedaba sin nada si no se hacía esta actividad, que para nosotros yo la defino como un abrazo. Los hijos se casan y se van, los nietos crecen y ¿qué hacemos nosotros, que ya hicimos todo?”, dice Susana ahora.

La experiencia de 2015, cuando se intentó que dos mujeres no bailaran juntas, dejó claro en la interna de No Me Olvides que eso no podía ocurrir más y que en ese espacio no había lugar para gestos homofóbicos. También hay otra realidad que hace que mujeres bailen con mujeres: es uno de los efectos de la pandemia de covid-19 en la población de personas mayores. “Se nos han ido muchos caballeros; se nos fueron 19 varones en la pandemia. Entonces tenemos que bailar entre nosotras muchas veces y además no es nada malo, incluso si quieren bailar hombres con hombres también lo hacen. No se permite acá que no se deje bailar. Este es un espacio abierto”, remarca Susana.

Para ella, cada fin de semana “es hermoso, porque los espero a todos y siempre trato de traer algo que los ponga contentos. Por ejemplo, los tangos nuestros no tienen letra, porque a veces las letras son duras y son crueles. Entonces es tango instrumental. Y busco alegrar con una flor, por ejemplo, tratar de que todos vengan arregladitos y que no haya personas que entorpezcan esto”, comenta.

Agrega que en la actividad no está aceptado “ni droga ni alcohol”. “Si querés bailar o ver bailar, vení a cualquier edad y prolijo. Porque también es un respeto al adulto mayor, el hecho de que tengamos 70, 80 o 90 años no quiere decir que tengamos que soportar determinadas cosas”.

Milonga No me olvides en la plaza del Entrevero (archivo, octubre de 2023).

Milonga No me olvides en la plaza del Entrevero (archivo, octubre de 2023).

Foto: Mara Quintero

Dinamizadores de la zona

“Es un espacio concedido por la intendencia para el adulto mayor, para tener un espacio gratuito. Porque no hay espacio para el adulto mayor que no sea una montonera o que sea de salsa y merengue, o que cueste un dinero que muchos no tienen. Acá es tango, compañerismo, familia. Nadie nos cobra nada y nadie nos pide nada, sólo venimos a disfrutar”, resume Julia.

Miguel concurre desde hace poco. Le gusta bailar tango y milonga, y dice que lo disfruta mucho: “Es la música nuestra. Más allá de que a veces pueda hacer un poco de frío, este espacio es muy importante para nosotros”.

Isabel se enteró por una vecina de la milonga en el Entrevero y va los fines de semana desde hace cuatro años. “Es lo único gratis que tenemos los viejos. Venimos a bailar tango y milonga; tenemos a alguien como Susana, que da todo por este espacio, y personas que son pares y que nos llevamos bien”, sostiene.

Con 87 años, Rodolfo Musculoso Villanueva es uno de los habitués de la milonga No Me Olvides. La leyenda viva del ciclismo uruguayo define este espacio como “un lugar de amor al tango y también de encuentro para los adultos mayores”, y pide que se mejore la vereda de la plaza porque es la pista de baile de cada fin de semana y feriado.

Algunos señalan la necesidad de contar con un baño público durante la actividad, aunque es un costo que como organizadores no pueden asumir. “En otros lugares hay gente joven o con otra música y no nos encontramos en esos ambientes”, agrega Julia.

La mayoría de los concurrentes habituales coinciden en que entre semana están deseando que llegue el sábado para ir a la milonga en la plaza. Algunos van desde residenciales o refugios. Isabel dice que todos se integran. “Bailamos mujeres con mujeres, hombres con hombres, sin problema. No hay edad para disfrutar acá, pero sobre todo los adultos mayores somos los que más lo disfrutamos, y los turistas que pasan siempre se quedan un rato a mirar y algunos se animan a bailar”.

Susana menciona que hay dos jóvenes que están en un centro de rehabilitación de adicción a drogas y que el médico les permite que vayan a la milonga, graben lo que hacen y se lo lleven, y tienen que retornar al centro a determinada hora. “Para mí eso es importante, porque estamos colaborando para aquel que quiera”, dice. Está convencida de que bailar ayuda a mejorar la salud.

Después de la pandemia, Elena comenzó a ir a la milonga junto a su esposo. “Nos encanta el tango, venimos a bailar y a colaborar. Es un espacio que nos alegra y queremos que venga mucha gente, que venga el adulto mayor a divertirse, a bailar y a hacer sociabilidad”. Coinciden en destacar que se trata de un espacio que –a diferencia de otros– es gestionado por personas mayores,

El deseo de Susana, que comparten varios, es que se acerquen a bailar personas de generaciones más jóvenes que las de ellos: “Si no, esto se termina”. También cree que hace falta mayor reconocimiento para la actividad: “Estamos buscando que se nos respete este espacio, que no digan ‘mañana o pasado se tienen que ir’. Ya trabajamos, ya criamos los hijos, los educamos, y a los nietos también. Ahora nos merecemos este espacio. No somos dueños de esto, es un espacio público en el que todos tenemos derecho, pero creo que hemos demostrado respeto hacia este derecho”, dice.

Muestras de lo bien que funciona este espacio: nunca tuvieron que llamar a la Policía por algún incidente, traen público a los comercios de la zona, decenas de turistas pasan por allí. Por el momento, la respuesta de la intendencia y del Municipio B es muy buena, aunque año a año deben renovar la autorización para funcionar y esperan que eso se siga repitiendo.

En cambio, desde el Ministerio de Turismo nunca se acercaron a esta milonga, según Susana, a pesar de que es un clásico de la ciudad. “Nunca nos reconocieron, nunca vino alguien a hacer acto de presencia, a ver qué están dando estos veteranos que ya dimos bastante al país y todavía seguimos dando. Pero nunca vinieron a decirnos ‘gracias, muchachos’, a ponerse a disposición para colaborar”, plantea.

Como la primera vez

Un hombre con Alzheimer va a la milonga casi todos los fines de semana desde hace años. Saca a bailar a Julia y la charla de él es siempre la misma: le comenta del lugar y de lo lindo que ella baila, que es un gusto conocerla, le dice su nombre y le pregunta el de ella, como si cada fin de semana fuera la primera vez que va.