Pasaron muchas cosas formidables con el cine uruguayo en los últimos años (fueron tantas que, para no abrir una excepción en su historial oscurantista, el actual gobierno coló tramposamente en la Rendición de Cuentas una serie de modificaciones —para peor— en la política pública que favoreció ese desarrollo). Entre otras cosas —factor que las estadísticas no pueden captar— está la diversidad: son cada vez más las personalidades creativas, los enfoques, los registros de comunicación. Y está el hecho de que esa diversidad se genera no sólo con base en los influjos del cine internacional o de las personalidades individuales de los realizadores, sino, en alguna medida, como una continuidad / desarrollo / transformación de referentes nacionales.

En Julio, felices por siempre, esto se nota incluso en una cantidad de cameos que traducen un modestísimo star system del cine uruguayo: están Roberto Suárez, Cristina Morán, Ileana López, Florencia Colucci, Luis Pazos, Moncho Licio, y la aparición de cada uno de ellos tiene un algo de “ah, mirá quién está ahí, es el guacho de El pozo; conozco a esa muchacha... ¡Claro, es la de La casa muda!”. (“Modestísimo star system” es un oxímoron, pero Uruguay está hecho de esas contradicciones, y por sí mismo el cine uruguayo tiene un algo de imposible, un imposible que fue insensatamente posible y que ojalá no se hunda en lo sensatamente imposible).

Por ejemplo, el Julio que protagoniza y da título a esta película tiene bastante del Javi (Jorge Temponi) de 25 watts (2001, de Rebella y Stoll). En el vínculo con Blanca (Josefina Trías) está la misma relación de poder: ella más decidida, madura, tiene las cartas en la mano; él, desvalido, la mira atolondrado sin poder creer que lo está dejando. Como Javi, Julio es incompetente en su laburo y extremadamente descuidado (el subtitulado de su intento de hablar en chino con los turistas cuenta entre las cosas más cómicas del film). Como Javi, está en una situación laboral de opresión frente a un patrón que tiene una actitud de mando “alfa” de la que él carece totalmente. Esos factores le dan un toquecito quirky a Julio, felices por siempre. La película, sin embargo, no se acomoda totalmente en ese tipo de humor, ni se puede encuadrar en el marco que quedó asociado, en la primera década de este siglo, con la productora Control Z. Julio no tiene esa cosa apática, inerte, de los personajes de 25 watts, sino que se enamora de verdad y es totalmente capaz de expresarlo.

Julio es una comedia romántica. Este género ya tiene un embrión de tradición local: estuvieron los dos largos de Mauro Sarser y Marcela Matta (Los modernos, de 2016, y Muerto con Gloria, de 2021), así como Retrato de un comportamiento animal, de Florencia Colucci y Gonzalo Lugo (2015). Pocos recuerdan esta última, pero la presencia de Colucci en el reparto de Julio insinúa un vínculo. Mientras las películas de Matta y Sarser tienen una confección súper pulcra, archi “profesional”, casi arty, Retrato... se tiraba casi que al polo opuesto, improvisado, irreverente, alternativo, amalgamando elementos dispares con un énfasis más en la disonancia que en la continuidad fluida e impecable.

Julio está en el medio. Y es un medio muy bien hallado para su propio funcionamiento. Una modestia estilística, una cierta irregularidad permitida y asumida le dan a la película un aire similar al de sus personajes, que a veces dicen querer una cosa pero en verdad pretenden otra, toman una decisión y no son necesariamente consistentes con ella. Ese tono nos da la sensación informal de que alguien “común” nos está contando una historia desde el afecto (y no, por ejemplo, realizando un relato totalmente meditado), y eso nos puede llevar a pasar por alto alguna frase mal articulada o inconclusa, o llena de titubeos, una digresión, un olvido a ser rellenado a posteriori, todas esas cosas que uno se permite dejar escapar cuando asume cierta confianza en la situación comunicativa y que, a su vez, propicia esa buena disposición en el receptor (bah, en cierto perfil de espectadores, como siempre).

Hay algo que ayuda un montón, y es la química entre los personajes principales (tal como supieron darles vida los actores Chepe Irisity y Daryna Butryk). Creo que esta fue la primera película uruguaya en que sentí realmente, desde las entrañas, que cuando él y ella se miran, hay corrientes de energía revoloteando (atracción, amor, deseo, fascinación), sin que necesariamente eso sea lo que la escena está comunicando en primera instancia, o lo que los personajes pretenden expresar. En una comedia romántica que busca funcionar por los mecanismos habituales de identificación, esto es un gol. Las caminatas y conversaciones por distintos puntos de Colonia del Sacramento y del Parque Rodó exhiben una influencia, asimilada con excelencia, de la entrañable trilogía Antes de..., de Richard Linklater (1995-2013).

Hay un hallazgo adicional que es que Claire sea una turista estadounidense y Julio un guía turístico. Eso genera un doble acercamiento, a las personas en sí mismas (si es que existe eso) y a aspectos de la cultura y la posición de cada uno de ellos en el mundo que tornan el descubrimiento aún más vívido y condimentado. La escena de Julio en la embajada de Estados Unidos intentando obtener la visa frente a la prepotencia del marine y del funcionario que lo reciben son elementos adicionales de ese aspecto “Javi” de Julio. Hay toda una línea con respecto a la familia bolche de Julio y la condición de yanqui de Claire, y toda una fuente de interés en la incomodidad, incomprensión y curiosidad de ella, que probablemente se concibe a sí misma como una persona en una posición alternativa en su propia sociedad y se sorprende de que la vean como una representante del imperio. Ella probablemente tiene una visión crítica de la política de Estados Unidos, pero no le gusta, como es natural, que vengan los “otros” a hablar mal, en forma genérica, de su país, así como pega mal cuando ella hace alguna observación despectiva sobre Uruguay.

Julio, que es el eje principal de identificación, es una persona de cultura y opiniones de izquierda. Esto es otra cosa meritoria de esta película, que se diferencia del enfoque timorato de la casi totalidad de la ficción uruguaya, que aun cuando es realizada por personas notoriamente de izquierda, suele tener cierto pudor, a mi parecer, desmesurado, en asumir una posición de izquierda. Esto en sí mismo es un mérito. Más allá de eso, es fruto de otra de las riquezas de esta película, porque Julio es un izquierdista que toma distancia de las formas viejas y dogmáticas de la izquierda encarnadas por su abuela, y al mismo tiempo tiene una actitud crítica frente al imperialismo, y al mismo tiempo también asume la globalización cultural, imposible de contornear. Es una posición que ilustra un costado muy presente de la idiosincrasia uruguaya o de una porción de la sociedad uruguaya, en la que se chocan el orgullo y la alegría de ser de acá con una actitud de tirarse abajo (“Bienvenida a Uruguay, el país de los funcionarios públicos, que te hunde en la nostalgia y los sueños rotos”).

Hay un motivo vertebrando toda la película, que tiene que ver con los dibujitos de Disney: la introducción en tono de cuento de hadas y unas preciosas ilustraciones de Alexandra de los Santos, los recuerdos traumáticos vinculados con Aladín y Bambi, el sueño con Blancanieves —la primera de las novias de Julio se llama Blanca—, y la escena final, además del subtítulo Felices por siempre. Dado que el personaje Julio, la película en sí misma y el Uruguay tal como es mostrado en ella se encuentran en ese punto entre una inevitable esperanza (porque es imposible existir sin esperanza) y todos los alevosos motivos para hundir esa esperanza “en la nostalgia y los sueños rotos”, entre la distancia crítica con respecto a los cuentos de hadas y la necesidad de tales ilusiones el esquema mismo de la comedia romántica está perturbado en esta narrativa, sin llegar a derrumbarse.

Me había referido a las irregularidades de la película. Son varias. Hay chistes buenísimos y otros bobísimos. Todos los chistes bobos parecen ser expresamente bobos, actúan en ese registro pavo, pero, para mi sentido del humor, no todos le dan vuelta a esa condición para convertirse en buenos. El diálogo entre Julio y Blanca está filmado en un estilo austero y muy funcional, y redactado con mucha fineza; en cambio, el diálogo entre Julio y Laura tiene un estilo totalmente distinto, parece basado en una improvisación que no salió muy bien y suena todo medio forzado. Junto a unos planos preciosos hay otros que parecen encuadrados medio a la bartola. El tono naturalista predominante se junta varias veces y de una manera medio abrupta, sin una armonización general, con la caricatura, la hipérbole, el absurdo.

Dudo que la mayoría de esas cosas sean intencionales, pero no dudo de que se hayan dejado colar a conciencia en nombre de la vindicación de cierta imperfección simpática. Con respecto a eso, me resultó gozoso ver cómo se sortearon algunas cuestiones de producción complicadas de una manera que no disfraza el artificio. Queda bien claro que el plano frontal con Julio y su amigo barbudo (Moncho Licio) no está hecho en un vehículo en movimiento (los autos que van en sentido opuesto y vemos en la ventana del fondo no aparecen en la ventanilla lateral). Queda claro que la película no disputa la verosimilitud con respecto a que la escena en la embajada de Estados Unidos transcurra efectivamente en dicha embajada. La escena de Blancanieves, la escena de musical (¡hay una!), todas están en un registro cómplice, informal, juguetón: esto es una representación, es una producción de presupuesto promedio mediano para Uruguay (bien bajo para los estándares globales), no está en la disputa por el mismo tipo de recepción de una realización mainstream, aunque tampoco se plantea la marginalidad. Al igual que Julio, está afectada por Disney, pero obviamente no es Disney ni pretende serlo.

Por otro lado, hay varias cosas notables. Está muy bien actuada y funciona en forma sobresaliente en lo más esencial de una comedia romántica. La música incidental de Gastón Urioste es muy funcional y tiene pasajes preciosos. Hay un uso maravilloso de una música no original de los años 60, pero no digo cuál para dejarles el pleno placer de la sorpresa. Hay un corte buenísimo: Julio y Claire abrazados parados / ellos dos acostados tomados en ángulo cenital, pero con idéntico encuadre. A mí la película me resultó querible y divertida, el tiempo me pasó volando, y capaz que en algún momento, comentando alguna cosa de la vida o de los sentimientos en una conversación, bien puedo mencionar algún aspecto de ella como referencia, que es una de las muchas cosas para las que sirven las buenas historias.

Julio, felices por siempre. Dirigida por Juan Manuel Solé. Uruguay, 2022. Con Chepe Irisity, Daryna Butryk. En varias salas.