Es la Noche de las Librerías y Franny Glass (o Gonzalo Deniz, en el personaje de Franny Glass) canta algunas canciones ante un par de cientos de personas en la Ciudad Vieja. Solo, primero, y luego acompañado por Lucía Romero. Termina, hace un bis, se despide. Desenchufa la guitarra, un grupito del público se acerca y le pide una foto. Una persona los retrata. Vienen más pedidos, y Franny Glass (o Gonzalo) sonríe, abraza, flash, otra foto. Alguien arrima un bebé. Más fotos. Cuando la improvisada sesión finaliza, el artista recoge los cables, los enrolla, los guarda.

Unos días más tarde, termina de publicarse Canciones de amor para el fin del mundo, el nuevo álbum de Franny Glass. Las canciones de ese disco ya estaban en el aire. Las presentó, con banda completa, durante un ciclo que hizo en 2019 en La Cretina y que repitió en un único concierto en diciembre de ese año en Magnolio. Algunas de ellas sonaron, también, en la noche de las fotos. Semanas atrás y de a una por domingo, comenzaron a aparecer, ya grabadas, en unos videos en los que el sonido acompañaba los gestos de alguien: actrices, actores, escritores, artistas plásticos, allegados a Franny Glass. Gente.

“Es la primera entrevista que hago para este disco, así que todavía no me sé todas las respuestas”, dice Gonzalo (o Franny Glass), sin chiste. Canciones de amor para el fin del mundo es un álbum desmesuradamente pop, brillante, épico. Elegante y llamativo como un señor de frac comiendo un rosado algodón de azúcar. Es, también, el disco que, sin saber, quiso hacer desde hace años, pero por suerte salió ahora.

Así, mientras desde Con la mente perdida en intereses secretos (2007), su primer trabajo después de Mersey, cultivó su fama de extraño cancionista, más acá o más allá del folclore, del rock, del indie (ay, ese término difuso), tanto dentro de la grifa Franny Glass como con sus compinches de El Astillero, acá se pone el traje de crooner dispuesto a asaltar el festival de San Remo, a punta de canciones hermosas, vestidas de vientos y cuerdas.

Si, como creyó TS Eliot, el mundo no acaba con una explosión, sino con un gemido, qué mejor que sea tras el último acorde de esta orquesta del Titanic sonando en el dique seco de un triste puerto fluvial.

Armaste una banda atípica, con cuerdas y vientos. ¿Por qué ese planteo estético?

Surgió del impulso. De venir sacando varios discos con Franny Glass, en un momento me empecé a mover por la investigación, por distintas inquietudes, y me di cuenta de que la música que estaba haciendo estaba lejos de la que disfruto más escuchar. Yo estaba en un lugar, por seguir la intuición, influencias, o por sentir cierta responsabilidad de ser músico y vivir en determinado lugar y época. Y me di cuenta de que, cuando la música era para mí un motor o un refugio, recurría a otro tipo de escucha. Y cuando empecé a pensar en el proyecto de este disco, supe que necesitaba cantar esas canciones y en determinadas condiciones.

Una pequeña orquesta no es lo mismo que tocar solo con la guitarra o con 1.000 máquinas.

Desde el comienzo estuvo la idea de que, de hacerlo, lo iba a llevar hasta las últimas consecuencias. Son canciones como de supervivencia, de situaciones límite, la idea del disco es esa. Si esto fuera lo último que voy a hacer, ¿cómo debería ser? No quiero que quede hecho a medias. Y, por otro lado, es una conexión con la música que siempre fue una influencia para mí y que, por suerte, no la pude hacer de esta manera.

¿Por inexperiencia?

Capaz que en mi primer disco me imaginaba los violines y las trompetas, pero no conocía gente que los tocara, o si les podría interesar. Me alegro mucho de que haya sido así, y de que sea un disco súper despojado, porque en parte responde a la idea estética que tenía y en parte a mis posibilidades de ese momento. Ahora me reconecté con una música que siempre estuvo ahí, que es como el pop orquestado; me gusta mucho la música de los 60, de los 70, pero en un momento me dije que tenía que dejar eso a un lado y buscar cosas más contemporáneas. Pero yo soy un producto de la actualidad, y es la música que, cuando necesito sanarme, voy a buscar. Y esa manera de cantar, porque necesito cantarlas así.

Súper arriba...

En realidad, cuando comencé a cantar, cantaba así. Cuando empecé a tocar solo con la guitarra y componía las canciones en mi cuarto tuve que cantar más bajo, y cuando Franny Glass empezó a presentarse en formato de banda, me di cuenta de que me quedaban bajas por la instrumentación. A este disco quise darle mucho rodaje antes de editarlo. Sabía que tenía que ser cantado de acuerdo al tipo de instrumentación que iba a tener. Tomé clases de canto durante un tiempo. En cuanto al registro, al estudiar un poco de técnica pude estar más a la altura de ese tipo de melodías que había hecho. Por otro lado, no es algo completamente nuevo para mí: ni cantar así, ni estar sin instrumento. Cuando empezamos con Mersey hacía eso.

Y ese concepto de canción, ¿apareció con la música, con la letra, o en simultáneo?

Creo que siempre hay una primera instancia de búsqueda, de no tener muy claro hacia dónde va la cosa, y en un momento se encuentra con cierto concepto. A partir de ahí empezás a componer en función de eso. Me acuerdo de escuchar una canción de Jöel Alme, que es un sueco que hace chamber pop, que era bien simple, de amor, exageradamente arreglada, y dije: “Yo quiero cantar canciones así”. Venía de componer un disco [Desastres naturales, 2017] que era, si se quiere, muy cerebral, frío en el sentido de la new wave, que venía de cierto hastío con mi manera de componer. Ahora quería hacer las cosas de manera diferente: sacar los estribillos, si la canción viene por un lado, tomar un camino que nunca hubiese tomado.

¿Te peleaste con tus canciones? ¿Te aburriste?

Sí, creo que sí. Me preguntaba si valía la pena hacer canciones que estuvieran buenas y nada más. Sí, se puede hacer una canción que esté buena, pero ¿eso es suficiente? Estaba con una idea bastante extrema que luego, cuando traté de llevarla a la realidad, quedó con parte de ese primer impulso y parte de lo que realmente soy y de lo que pasó en el medio. Pero ¿el fin que tenemos que buscar los compositores es que una canción esté buena? Creo que estaba intelectualizando mucho, también, el rol de músico. Y fue todo tras un proceso de sacar varios discos, donde todo va respondiendo a lo anterior. No sé si está bien o está mal, si es históricamente irresponsable, pero me desentendí de eso y me puse a buscar la emoción por sobre todas las cosas, que era lo que necesitaba.

La música pop, como la conocemos, tiene al menos 70 años, y no ha hecho otra cosa que alimentarse de sí misma. No veo la irresponsabilidad histórica.

Para mí este disco tiene una cosa atemporal. No es un disco que mira hacia atrás. A veces, en esa carrera de sonar contemporáneo, o moderno... Primero: ahí no está la innovación. No es solamente tímbrica. Muchas veces escuchamos algo que suena súper nuevo, y son las mismas estructuras de siempre.

No hay nada más viejo que lo que acaba de pasar de moda.

Sí, sí. Me parece que el disco tiene cierta búsqueda de atemporalidad, más que de sonar como reciente, o nuevo. Además, siempre que uno habla de lo más reciente, tiene que hablar mal de lo anterior. No hablar mal, pero sí diferenciarse de lo que uno había hecho inmediatamente antes.

Este trabajo se mueve en una línea pop, y tiene contacto con aquello que en los 70 se conocía como melódico internacional. La canción “Tu nombre tatuado” está al límite del kitsch...

Sí, esa canción fue hecha con cierta perspectiva de lo que era el disco. Desde el principio, cuando pensé que quería ampliar la banda y hacer una serie de conciertos donde se tocara el álbum antes de que fuera grabado, a pensarlo como algo más amplio que la publicación de las canciones, ya veía esa idea. Una banda más parecida a una big band, con el cantante sin instrumentos, de jugar un poco con ese personaje.

Cuando empezaste a presentar este repertorio hablabas de la extrañeza de estar en un escenario sin la guitarra. ¿Era un chiste o era verdad?

Sentía que tenía que formar parte del espectáculo, hacer un comentario al respecto. Era algo raro para aquel que está acostumbrado a verme con la guitarra. Pero para mí era parte de la idea estética de este disco. En esa canción que nombrás pude jugar con eso y llevarlo al extremo, porque es el tema que tiene más de eso, y cierra todo el concepto. Es donde más juego con ese personaje que roza los márgenes.

¿Te dio miedo o inquietud? Porque ese personaje está a dos pasos del ridículo.

No sé. Me parecía que, si lo trabajaba bien, iba a lograr ese equilibrio. Siempre trato de cuidar eso. Cuando una canción se está poniendo demasiado seria, o solemne, trato de hacer un comentario, salirme, que sean canciones autoconscientes.

¿En el vivo o en las letras?

En los dos ámbitos. En el vivo, eso de hacer un comentario de que no sé qué hacer con las manos, por más que lo tenía controlado. O puede ser en las letras. Tiene que ver con el humor, con poner cosas donde no deberían estar. Salir un poco de la seriedad. Soy yo, no me la creo, tampoco.

El disco está pensado como una unidad.

Es la manera que tengo de componer. No suelo hacer canciones sueltas. Para hacer una canción le tengo que dar un contexto, y cuando compongo, compongo discos. Me empiezo a imaginar cómo quiero que suene, cómo me gustaría que empiece, qué características tiene que tener la canción que esté en la mitad, y así lo voy armando. Quizá sin acabar una entera, ya tengo cuatro, cinco, seis, y esa es la manera en que lo hago. Quizá no se relaciona muy bien con la manera en que se escucha música hoy en día.

¿Cómo escuchás vos?

Yo escucho discos, pero también tener un hijo de cinco años cambió mi manera de escuchar música. De repente escucho a los Beatles, cuando yo no los escucharía, pero me interesa que los escuche él. O la otra vez estaba escuchando mucha música en inglés, y me di cuenta de que no quería que tuviera la idea de que toda la música es en inglés, y entonces me puse a investigar. A escuchar a Rosario Bléfari, por citar un ejemplo. Pero suelo escuchar discos. Durante mucho tiempo los mismos. Me pasa eso. Me cuesta escuchar playlists, esas cosas que te arman las plataformas. Sí, de repente, escucho a un artista, aunque no escuche su disco en orden.

¿Qué es el fin del mundo?

El fin del mundo puede ser algo muy personal. Es preguntarse quién vas a ser cuando sea el fin del mundo. ¿Vas a disfrazarte de viejita y te vas a subir al bote salvavidas, o vas a ir a tocar con la banda? Para mí, estas canciones son lo que yo querría hacer si me dijeran que el fin del mundo es ahora. Si estuviera en 2019 y me dijeran que el mundo se acababa en 2020 hubiese hecho este disco.