¿Has crecido con alguna etiqueta como por ejemplo “inquieto(a)”, “inconformista”, “inteligente”, “vago(a)”, “despistado(a)”, “obediente”, “sensible”, “valiente”, “tímido(a)”, “agresivo(a)”, “responsable” o cualquier otra que hiciera mención a algún aspecto de tu personalidad, forma de ser o actuar?

Cada vez que le hago esta pregunta a un adulto, es inevitable que viaje a su infancia para buscar en sus recuerdos alguna etiqueta y casi siempre recuerda alguna. No me refiero a un apodo como “petiso” o “flaca”, sino a una designación que hiciera referencia a algo relacionado con su comportamiento o conducta.

¿Ya la tienes? Ahora piensa cómo te sentías entonces, qué pensabas de ti mismo(a) y qué decisiones tomabas a partir de eso. ¿Será que inconscientemente seguías comportándote según “tu etiqueta” porque así pertenecías y eras visible en los grupos sociales de los que formabas parte?

Cuando crecemos con un rótulo, de manera inconsciente, nuestro comportamiento tiende a alinearse con él. Como seres humanos gregarios, necesitamos la aceptación e integración a los grupos sociales para poder desarrollarnos y vivir. Por tanto, si notamos que pertenecemos de cierta manera, tendemos a ajustarnos a esa forma de actuar. Esto quiere decir que las etiquetas condicionan nuestra conducta y describen cómo las expectativas personales y sociales influyen en cómo nos percibimos a nosotros mismos y la manera en que buscamos formar parte.

Por ejemplo, si un adolescente es tildado de “agresivo”, puede sentir la presión de comportarse de acuerdo con esa etiqueta para encajar en la imagen que los demás tienen de él. Las etiquetas también inciden en cómo somos tratados por los demás. Si un niño es llamado “distraído”, es posible que los maestros y padres no esperen mucho de él en términos de rendimiento académico, lo que puede llevar al niño a cumplir esas expectativas prestando poca atención y distrayéndose fácilmente.

Por otro lado, con el tiempo niños y adolescentes internalizan las etiquetas que se les han asignado, lo que significa que comienzan a verse a sí mismos de acuerdo a ellas. Un adolescente etiquetado como “vago” puede comenzar a creer que realmente lo es y actuar en consecuencia. Lo mismo ocurre si es apodado “inteligente”. Como primera impresión, podrás pensar que es bueno tener una etiqueta como esta, pero ¿qué pasará con este adolescente cuando no logre sacarse la nota que tanto él mismo como los demás esperan? Muchos se angustian y caen en un verdadero desconcierto.

De manera consistente con la etiqueta que se les ha asignado, varias personas se esfuerzan sobremanera para evitar ser percibidas de manera negativa. Para comprenderlo mejor, contaré una pequeña historia que escuché de una mamá en un taller de Disciplina Positiva. Ella recordó que cuando estaba en la escuela, sus padres y maestros siempre le decían que era obediente. Un cierto día decidió sumarse a una revuelta improvisada por sus compañeros de clase. A consecuencia del incidente, tanto sus padres como su maestra la reprendieron y le dijeron que los había decepcionado porque no esperaban ese comportamiento de su parte. Con la voz entrecortada, comentó que ese mensaje le caló tan profundamente que de adulta tuvo que trabajar la experiencia en un contexto terapéutico, porque sentía que si no hacía lo que los demás querían, los iba a defraudar y no la iban a querer. Gracias a su terapia, reescribió sus creencias e impresiones negativas de la infancia y comprendió que una cosa es seguir instrucciones, pautas, reglas, y otra es la obediencia a ciegas, sin dar cabida a la reflexión y al pensamiento crítico.

Como vemos, las etiquetas concebidas tanto “buenas” como “malas” no nos ayudan a conocernos y desarrollarnos en todo nuestro potencial. Por el contrario, nos encasillan, limitan y condicionan nuestra manera de movernos en la vida. La naturaleza humana es compleja. Estamos hechos de un gran número de fortalezas y debilidades. Si nos enfocamos en hacer visible sólo una fortaleza o sólo una debilidad, perdemos la valiosa oportunidad de desplegar y desarrollar otras áreas de nuestro ser.

Nuestras acciones presentes, definidas en el marco de lo que hacemos y no hacemos, no definen nuestra totalidad ni nuestro futuro.

Las herramientas de Disciplina Positiva nos invitan a padres y docentes a reflexionar sobre el impacto de las etiquetas a corto y largo plazo. La intención es generar conciencia y repensar la manera en que nos dirigimos a nuestros hijos y alumnos para que nuestras acciones sean constructivas, empáticas y promuevan un desarrollo integral y saludable en lugar de limitar su potencial y autoconcepto.