El dato más inmediato que surge, casi un reflejo, con la mención de Alfredo Soderguit (Rocha, 1973) es que fue el director de la película animada Anina (2013), basada en la novela Anina Yatay Salas (1993), de Sergio López Suárez. Aunque fue un éxito que trascendió fronteras y que sigue dando satisfacciones al multitudinario equipo que participó en su producción, es a todas luces injusto resumir su carrera en ese hito. Soderguit cuenta con una extensa y sólida trayectoria como ilustrador y productor audiovisual, en la que ha logrado imprimirle a su trabajo un estilo propio, reconocible. Ganador, en 2016, del Premio Nacional de Ilustración que otorga el Ministerio de Educación y Cultura (MEC), viajó a la Feria de Bologna al año siguiente, y eso dio paso a los contactos que lo llevaron a editar Soy un animal en Libros del Zorro Rojo, una de las editoriales más prestigiosas del rubro; el libro acaba de salir de imprenta en España y se prevé que esté en el Río de la Plata en abril, en la Feria del Libro de Buenos Aires, para después desembarcar en Uruguay. De esta buena noticia, de la actualidad del sector de la ilustración editorial y de su actividad actual conversó con la diaria.

–¿Qué proyectos tenés entre manos?

–Estoy trabajando con Antar Kuri en una especie de historieta que cuenta con fondos de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación para proyectos de divulgación, junto con un equipo de biólogos en el que está Anita Aisemberg por su investigación sobre las arañas. Es una historia de humanos de siete milímetros de altura que conviven con arañas, y estoy trabajando con carbonilla. Supongo que va a salir a mediados de año. Se llama –nombre provisorio– Aracne y el mundo H7mm, y surgió de un proyecto mayor que Antar desarrolla desde hace tiempo. A partir de investigaciones, de ganas, de ensayos, de otros experimentos artísticos y de charlas con científicos, fue estableciendo la lógica futurista de que, a partir de experimentos genéticos, una fracción de la humanidad se reduce a siete milímetros; hay otras de diez centímetros, de 50 centímetros, etcétera. Surgió la posibilidad de armar un equipo con los biólogos, con quienes trabajamos en una relación muy estrecha tanto en el diseño de los animales como en ciertas lógicas del universo a esa escala. También integran el equipo un artista que hizo una muñeca articulada en base al personaje y una diseñadora textil que hizo un vestido con tela de araña recogida por los investigadores. El otro proyecto grande también arrancó el año pasado: ganamos el fondo de la Dirección Nacional de Telecomunicaciones del Ministerio de Industria, al que nos veníamos presentando sin éxito desde hacía dos años, para hacer series de dibujos animados. Surgió a partir de Dos pajaritos [2010], un libro del colombiano Dipacho [Diego Francisco Sánchez]. Es un cuento corto, sin texto: dos pajaritos, uno blanco y el otro negro, y un árbol que divide al mundo en dos partes; de repente, uno se va y trae un objeto, y empieza la competencia por tener objetos, hasta que el árbol se derrumba. Como ya se había hecho un corto en Brasil, identificamos otro formato: está buenísimo para una serie sobre convivencia. Escribimos otras diez historias sobre lo que les podía pasar, y aparecieron temas como el amor, la religión, la política, la aceptación. El año pasado obtuvimos el premio para producir la serie, y esperamos terminarla para mediados de 2019. El ministerio queda con derechos exclusivos para Uruguay en todas las plataformas públicas: TV Ciudad, TNU y Plan Ceibal. Hoy por hoy, es el fondo que está dinamizando el sector de la animación. A esos dos trabajos grandes se suma que vamos a continuar, con Sergio López Suárez, una colección en la que estamos trabajando con Planeta desde el año pasado, que por ahora se llama “Cuentos con bichos”. El primer título fue El misterio del monte celeste, y para este año tenemos previsto publicar dos más; estamos empezando a trabajar en el segundo, que se llama Tres tristes pumas.

–Es inminente la salida de Soy un animal en Libros del Zorro Rojo, una editorial grosa en el género. ¿Cómo llegaste a publicar ahí?

–La idea de hacer un libro con ese título y con ese concepto data de hace dos años y empezó de una manera bastante extraña. Este libro, que de alguna manera refiere a la animalidad humana como una metáfora de la libertad y de cierto desprejuicio, surgió de una visión más negativa: estaba desarrollando una especie de mazo de cartas de tarot, y se me había ocurrido cambiar los arcanos por animales que representaran características humanas; el burro, el perro, el cerdo, la rata. Había empezado a buscar animales con connotaciones negativas, había una visión oscura sobre la humanidad y sobre nuestros prejuicios. En determinado momento, eso comenzó a transformarse; aparecieron ternura y un poco de humor en algunos personajes, y empecé a probar ese camino. Dejé de dibujar, me puse a escribir y el proyecto fue adquiriendo otra forma, una mirada un poco más infantil; empecé a evaluar cómo podía transformarse en un libro para niños. Me puse escribir a partir del título; al explorar en qué circunstancias una persona puede ser un animal fueron surgiendo los verbos: “cuando hablo, soy un loro”, “cuando como, soy un cerdo”, “cuando canto, soy un sapo”, etcétera. Por fin, trabajando con ese texto y pensando en la esencia de lo que es un libro álbum, en el que el diálogo entre texto e imagen tiene que ser absolutamente complementario, eliminé los nombres de los animales y los sustituí con las ilustraciones. Lo tenía en proceso cuando decidí presentarme al Premio Nacional de Ilustración y me puse a trabajar en otra idea, dejando esto en modo tranquilo. Empecé a desarrollar un cuento en cinco imágenes, que es lo que pide el llamado, y surgió Ven conmigo. Gané el premio con ese proyecto, una obra que es muy difícil transformar en un libro de 24 o 36 páginas sin que pierda su esencia. He manejado la idea de hacer varios cuentos de cinco imágenes, y tengo un par de propuestas en desarrollo para hacer algo más largo, pero todo lleva su tiempo. Cuando me enfrenté a esa dificultad, y ante la posibilidad de viajar a Bologna que me daba el premio, retomé Soy un animal: ya había tenido un proceso y lo que faltaba era que me sentara a dibujar. Haber ganado el premio me daba la posibilidad de incluirme en el catálogo Books from Uruguay como libro inédito; aceptaron que pusiera Soy un animal y lo empezó a trabajar [la agente literaria del MEC] Omaira [Rodríguez]. Ella tenía la ilusión de venderle algo a Zorro Rojo, una de las editoriales que gozan de gran prestigio por haber hecho libros muy lindos durante varios años. Se caracteriza por publicar obras fuertes, de autores que han marcado mucho; trabaja con artistas muy consolidados, a los que les reelabora la ilustración, o incluye ilustraciones originales, de las primeras ediciones. Hace un tiempo que empezaron a desarrollar más catálogo infantil, y ahí están experimentando un poco más aunque mantienen el criterio general. Fue muy gracioso, porque cuando le mostré el proyecto, en una reunión en la Dirección Nacional de Cultura [DNC], Omaira me dijo: “Imaginate si esto se lo vendo a Zorro Rojo”. Vio la posibilidad y logró la cita; no es fácil conseguir citas con estos editores, porque todo el mundo quiere reunirse con Zorro Rojo, Ekaré o algunas editoriales nuevas que están surgiendo en Latinoamérica, como Amanuense, Amanuta, Del Naranjo... Fui por los stands de la feria mostrando la maqueta de Soy un animal, mientras Omaira hacía lo suyo en las salas de profesionales. Primero se confirmó Salani, una editorial italiana que tiene autores importantes, como Roald Dahl; en libro álbum, muy poco, pero está El topo que quería saber quién se había hecho aquello en su cabeza, de Werner Holzworth y Wolf Erlbruch; y Harry Potter. Después se confirmó Francia, con Didier Jeneusse, que es una editorial muy linda, más de propuestas de autor, con un catálogo interesante al que está bueno pertenecer. Por último, se confirmó Zorro Rojo; si bien ellos suelen hacer acuerdos para comprar la representación en otras lenguas, en este caso aceptaron no hacerlo, lo publican en español y en catalán. En febrero iba a estar pronto, va a estar para Bologna e imaginamos que va a venir con los libros que envíen a la feria de Buenos Aires, o sea que para fines de abril lo vamos a tener ahí, y después cruzará a Uruguay.

–¿Cómo es el presente del colectivo de ilustradores?

–El concurso dinamizó mucho; además de que se incrementó el número de gente que se presenta –entre 100 y 140 proyectos–, se hizo más intenso el vínculo entre colegas. Nos vemos mucho, vamos a charlas en la DNC, nos convocan, tiramos propuestas, hacemos devoluciones, nos vemos en las entregas de premios, nos juntamos. Hace mucho tiempo, cuando estaba Lys Gainza [en la Dirección de Industrias Creativas –Dicrea– del MEC], nos preguntó qué queríamos, qué podían hacer. Es genial que desde las instituciones del Estado te pregunten qué necesita tu sector, y hablamos principalmente de formación y de estímulos. Estímulos como una motivación para ponerse a trabajar; eso se cubrió con el premio. Y formación porque acá está más establecido el sistema de que te encarguen ilustraciones para un texto, pero no hay tantos ilustradores que se hayan propuesto transformarse en autores o que hayan visto cómo hacerlo, si bien ese deseo siempre estuvo. Con el premio, muchos ilustradores se decidieron a empezar a ejercitarse como autores. Empezó a haber, por autogestión de los ilustradores y con el apoyo de la DNC, instancias de formación una o dos veces al año, que están buenísimas. Además, la idea es que cada premio tenga un jurado internacional que brinde un taller o una charla. Lo que ocurre a nivel colectivo también es fruto del trabajo en iluyos, que en los últimos diez años logró juntar a todos los colegas que estuvieran publicando o pensaran publicar, en un colectivo que no es del todo formal pero sí muy activo y dinámico. La Dicrea identificó su existencia como un lugar de donde recoger información, intenciones e intereses; a partir de ahí hubo una retroalimentación y hubo respuesta. La mayoría estamos agradecidos por ese apoyo; lo de los últimos cuatro años ha sido muy importante. También lo fue el surgimiento de editoriales como Criatura, ¡Más Pimienta! y Topito, o la colección ¡A Volar! de Banda Oriental, a las que ahora se suma la aparición de [la editorial guatemalteca] Amanuense en Uruguay. También fueron importantes los Fondos Concursables, cuando la categoría de relato gráfico empezó a abarcar el libro álbum y dejó de limitarse a la historieta. La institucionalidad se vio reforzada por la capacidad de respuesta de los ilustradores. También va a suceder que en el corto plazo los ilustradores empiecen a hacer propuestas como autores a las editoriales locales. Topito ya tiene alguna experiencia: Pato Segovia hizo Mi primer libro de rock [2015] y Mi primer libro de cine [2016], unas obras muy singulares, con un juego y un diálogo que están buenos, y un concepto muy específico y a la vez muy abierto, que significa algo para los adultos. Las colecciones de libro-canción de Criatura también van en ese sentido, porque ilustrar poesía siempre tiene algo de apertura. La primera vez que lo hice fue con Mirá vos [de Fabio Guerra, 2006; un libro doble, cuya otra mitad es 21 poemas raritos, de Fernando González], y así conocí a Sebastián Santana [ilustrador de la parte de González]. Me hace mucha gracia decir que nos encontramos en la página central del libro, que es una reina de corazones de la que cada uno hizo una cara. Era un poema por página, y yo tenía que hacer una ilustración que lo desarrollara. Fue un momento de oxígeno: no tenía que dibujar tres personajes que iban escapándose de un ladrón que los perseguía, o lo que fuera, sino algo con toda la emoción que había en el poema. Acostumbrados a trabajar a pedido, cuando nos encontramos con ese tipo de propuestas suceden los quiebres. Decís: “Puedo ser autor”, y al final te la creés, hasta te creés que escribiste los poemas. Me pasó eso con Anina: es una novela corta, y una de las cosas más ricas que tiene es el desarrollo del personaje, que está construido desde su propia voz: la forma en que habla, las cosas en que piensa, lo que provoca, lo que ve, lo que no hace. Creo que es lo que más fuerte me pegó de ese libro: la potencia del personaje: leés el texto y sos Anina. Entonces, ¿cómo represento mi mirada desde sus ojos? Lo que tengo que hacer es lo que Anina ve, pero es lo que creo que ella ve; ahí hay una impronta autoral fuerte. Entonces empecé a pensar que estaría buenísimo hacer una película con eso; hablé con Sergio, después con Germán [Tejeira] y Julián [Goyoaga, productores de Anina], y con Alejo [Schettini, socio de Soderguit y director de animación de la película], y empezamos a armar un equipo. Pero viene de ese reconocimiento, de apropiarse, de decir “ahora esto también es mío”. Y Sergio, que es de una generosidad increíble, nos dijo: “Hagan lo que quieran”. Venía al estudio y nos traía bombones; miraba y disfrutaba, pero no decía nada. En mi caso, con Mirá vos, Anina y algún otro trabajo después, fue surgiendo eso de que me empezara a creer que podía ser autor.

–¿Qué perspectivas tienen para este año?

–Ahora van a la Feria de Bologna las tres chicas que ganaron el primer, segundo y tercer premio, Claudia Prezioso, Laura Carrasco y Sabrina Pérez. Tal vez se sumen Dani Scharf y Fran Cunha, por haber quedado seleccionados para aparecer en el catálogo de la muestra, que es un hito para Uruguay: para la exposición que se hace en la feria, de unas 3.000 propuestas que reciben seleccionan las de 60 ilustradores, y ellos dos quedaron de un paquete grande que mandó el MEC. El viaje a la feria te da mucho. Tiene esa cosa muy abierta, de repente ves que hay una fila y es porque están recibiendo proyectos, o ves un cartel que anuncia que a partir de tal hora se reciben proyectos o portfolios. Y es algo muy escolar: hacés la fila con la carpetita debajo del brazo, cuando te toca tenés unos cinco minutos para mostrar, y pispeás reacciones. Esos intercambios, que suelen ser mínimos, de uno o dos comentarios, te aportan. Volvés con muchas cosas: cómo se presentan los demás, mirar lo que hay publicado, cuánto importa que uno sea parte de una tendencia. En el mundo de la ilustración se establecen tendencias que hacen que durante un período la mitad de los libros se parezcan en la estética o en la temática. Eso me llamó pila la atención, y me propuse evitarlo, una postura que tiene su riesgo. Por eso, Soy un animal es un libro muy firme gráficamente, con una cosa simple pero con una elaboración geométrica. Hay simetría, hay una paleta reducida, hay apenas una leve textura. Me imaginé que este libro se podría hacer en serigrafías de tres tintas, aunque saldría carísimo. Me propuse hacerlo con una estética que jugara en el terreno de lo artesanal, pero que fuera muy gráfica.