A partir de una inquietud surgida en la Escuela Multidisciplinaria de Arte Dramático, tres instituciones (el Instituto Nacional de Bellas Artes, la Escuela Universitaria de Música y la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación) impulsaron la propuesta de que la comisión encargada de evaluar los doctorados Honoris Causa de la Universidad de la República (integrada por Hugo Achugar, Susana Mallo, Roberto Markarian, Enrique Cabaña y Rodolfo Gambini) le otorgara esa distinción a Estela Medina. La iniciativa se aprobó por unanimidad.

Podría decirse que el cruce de estudio, talento, rigor y autoexigencia define la trayectoria de Medina, una de las figuras fundamentales del teatro uruguayo de los últimos 50 años. Como actriz se ha desdoblado en mil personajes, desde la niña de Bodas de sangre hasta la Señorita Margarita, desde La Celestina hasta la Filomena de El patio de la torcaza, desde la reina María Estuardo y Fedra, hasta la Enfermera George o la madama del prostíbulo de El balcón. En verdad, es una galería que parece infinita, con papeles y figuras tan variados como su capacidad para adaptarse a distintos géneros y estéticas.

Pocos días antes de morir, Carlos Aguilera -quien frecuentemente la dirigía en los años 80- recordó lo complejo que fue para ella, luego de 30 años interpretando teatro clásico o europeo, enfrentarse a un autor uruguayo y ponerse en la piel de una mujer de barrio. “Desde su voz, su estampa, su forma de decir, es ideal para el teatro clásico. Tengo la intuición de que al principio no le gustaba mucho lo que hacía, pero se entregó con todo y fue excepcional. Después hizo La planta [de Jacobo Langsner], que fue un éxito descomunal, y se quedó con el Florencio a mejor actriz”, rememoraba. La inflexión lograda a nivel creativo se confirmó, incluso, porque ese premio lo ganó por La planta, y no por Un tranvía llamado deseo, que protagonizó ese mismo año.

Cuando en 1949 se anunció la apertura de la Escuela Municipal de Arte Dramático (EMAD), bajo la dirección de Margarita Xirgu, Medina dejó de lado la danza y el violín e ingresó al prevocacional, para integrar el elenco de la primera obra en su larga trayectoria: Bodas de sangre (1950). Dos años después entró, becada, a la Comedia Nacional, y luego quedó en la compañía estatal como actriz permanente cuando todavía era alumna de la EMAD. Desde ese momento y hasta 2008 continuó en el elenco oficial.

Esta noche se recita

Si bien desde niña contó con una marcada inclinación por las artes, su vocación por el teatro comenzó a delinearse en 1949, cuando vio a Margarita Xirgu como Celestina: “Era impresionante. Hablaba y parecía música. Para mí fue como un descubrimiento”, decía Medina en 2009, resignificando su propio recuerdo, ya que no sólo se trataba de la primera imagen que captó de su maestra, sino que además fue la primera actuación que presenció y tomó como referente: “Todo lo que recibía en esa escuela me parecía importantísimo. Las clases de arte escénico fueron todos los años con la Xirgu, hasta el teatro rioplatense lo daba ella. No podíamos creer que teníamos al lado a esa mujer que para nosotros era de un prestigio brutal, una figura venerada. Ese fue mi primer contacto con Margarita. La primera imagen del teatro la tuve con ella, porque cuando nos anotamos en la escuela ella estaba haciendo La Celestina, y cuando la vi quedé deslumbrada”, contó en las mismas declaraciones, realizadas en 2009 (como las demás que se citan en esta nota) y publicadas en 25 años celebrando la cultura hispana en Estados Unidos: el festival internacional de teatro hispano en Miami (2013).

Hoy, 67 años después de aquel momento crucial para su formación, sus palabras sobre Xirgu revelan la admiración y el respeto de esa niña que “espiaba detrás de la cortina al final del segundo acto [en Bodas de Sangre]”. Parece que cuando Xirgu salía le preguntaba: “¿Qué es lo que me miras, niña? Un día te diré el secreto”. Ella la observaba “tratando de entender por qué esa mujer tenía tanta fuerza, tanta intensidad”. Luego, fueron otros los seducidos por “la Medina”, como se la conoce en el medio.

Otro dato importante en cuanto a su formación es que Medina también estudió con Inx Bayerthal, quien creó, en los años 40, lo que se conoció como “gimnasia consciente”. Fue, por lo tanto, testigo y partícipe de diferentes modos de concebir la actuación. En cuanto a sus clases con Bayerthal, Medina explicaba que “poco a poco, ibas creando tu técnica para lo que te servía, por eso fue tan buena y creativa para los actores”.

Una de las enseñanzas de Xirgu que Medina pone en práctica hasta hoy, y que para algunos resulta molesto, es la distinción entre el habla y la elocución teatral. De ahí los elogios de aquella maestra a su discípula por el modo de recitar el verso clásico español, con “un decir sudamericano pero muy culto”. Para ilustrar un poco la estética vigente en aquella época, son muy útiles las palabras de Carlos Princivalle, profesor de Historia del Teatro de la EMAD: “La dicción es lo más importante en la formación del actor, pura y simplemente porque la dicción es la profesión misma, el propio arte del actor, puesto que se propone los tres objetos integrales de esa profesión y de ese arte: claridad, verdad y belleza”. De hecho, en el preparatorio prevocacional, el plan de estudio incluía materias como Arte Escénico, Gimnasia Rítmica, Castellano, Lectura y Dicción. Estas últimas muestran el énfasis en la enunciación y la palabra hablada, muchísimo más que en el cuerpo y la gestualidad.

De esta manera, la exigencia, el compromiso y la dedicación total que Xirgu exigía a sus alumnos marcaron la formación de Medina. Tal vez sea esa la matriz de la que provienen la disciplina y el rigor con los que afronta cada ensayo, como subrayan todos sus directores. Luego de tantos años de carrera, no ha dejado de tomar clases. Eduardo Schinca, que también fue alumno de Xirgu y que trabajó como director de la Comedia Nacional, donde dirigió a Medina en más de una oportunidad, ha dicho que ella sorprende en cada papel: “Me recuerda a Margarita Xirgu por su profesionalismo, su disciplina. Permanentemente investiga, lee, prueba. Hemos llegado a un punto en el que prácticamente nos ‘adivinamos’”.

Voces de gesta

Retablo de vida y muerte (1975) fue una obra multipremiada, protagonizada por Medina y dirigida por Mario Morgan. Reunía a algunos de los autores más represantivos de su carrera, desde Federico García Lorca y Lope de Vega hasta Miguel de Cervantes y Ramón del Valle Inclán. El 11 de diciembre, día del estreno, en El Día se afirmaba: “Estela Medina volvió a reafirmar sus condiciones de primera actriz, cuyo quehacer está poblado de memorables trabajos, aunados, en muchas oportunidades, a los éxitos mayores de la Comedia Nacional”. 22 años después, en 1997, la Comedia decidió reponer el espectáculo como festejo de su aniversario, y la crítica volvió a coincidir acerca de su de- sempeño. En Brecha se afirmaba: “Saltando de edad en edad, Estela Medina se adueña del escenario del Solís envuelta en un simple y admirable vestuario [...]. Es simplemente una muestra de talento, de aptitudes, de dominio escénico”. Los premios abundaron: fue la primera actriz en recibir el Florencio en 1962, cuando se inau- guró ese galardón, que luego se le otorgó en otras ocho oportunidades, aparte de que el Florencio de Oro se creó para consagrar su trayectoria. También recibió distinciones de la crítica argentina, el Candelabro de Oro de la B’nai B’rith, y el Premio a una Vida de Dedicación a las Artes Escénicas, otorgado por el Festival Internacional de Teatro Hispano en Miami. En 2004, durante la ceremonia de reapertura del Teatro Solís, se le entregaron las llaves de Montevideo y fue declarada ciudadana ilustre, y tiempo después, en el Día Internacional de la Poesía, pasó a integrar la Academia Nacional de Letras.

En 2009, cuando se le preguntó por ella a su colega Delfi Galbiati, dijo que era “la más importante de una pléyade de actrices de una edad determinada y de una generación muy importante”, y que, aparte de sus condiciones, era la que había hecho “el repertorio más amplio del teatro en la historia”, desde el género mayor de la tragedia hasta comedias costumbristas de autores nacionales, sainetes y clásicos españoles, pasando por todos los autores importantes clásicos y modernos. Por eso, consideró que era la actriz “más completa en cuanto a lo realizado y en cuanto a sus posibilidades personales”.

Como ejemplo de su carrera incansable (ahora integra el espectáculo En la laguna dorada, dirigida por Gerardo Begérez, todavía en cartel), Medina se retiró de la Comedia Nacional en 2008, y al año siguiente volvió al escenario del Solís con una puesta de Marguerite Duras, La amante inglesa, dirigida por Levón, su compañero de elenco desde 1976. Así, a lo largo de su trayectoria se puede reconocer el cambio de poéticas y sus personajes múltiples, que a veces la enfrentaron a papeles que no la convencían. Ese fue el caso de su último Bodas de sangre (2008), dirigido por Mariana Percovich. Una puesta que despertó odios y revuelos acalorados -poco justificados- por apartarse de los parámetros convencionales, sin folclorismos, y más bien inclinada hacia la expresión o confesión del Lorca homosexual, con el cruzamiento del texto de esa obra con otros del autor. Se comentó aquella puesta con títulos como “No al caos estético”, “Justicia para Lorca” y “Todo vale”. Se trataba de la primera obra que Medina interpretó en el elenco oficial: en 1950 actuó como la niña, en 1976 como la novia, y luego -para cerrar su ciclo en el elenco- como la madre. Acerca de aquel espectáculo, Medina dijo que se montó lo que la directora esperaba, una puesta polémica. Decidió hacerlo porque representaría a la madre (“ese personaje que me había deslumbrado y que había querido tanto de jovencita”), sin cuestionarse la versión ni la dirección: “A mí me resultó bien, el texto estaba rodeado de cosas raras que a veces me molestaban un poco, pero traté de concentrarme y hacer mi papel lo mejor que podía”.

Al preguntarle por qué nunca ha dejado de ir al teatro -hasta hoy se la puede ver en todos los estrenos-, explicó que siempre tiene algo nuevo que aprender. Reconoce que van cambiando algunos parámetros y trata de asimilar eso en la medida en que le sea útil. “Por eso y porque siento placer, es que el teatro me gusta desde niña”, añadió.