No tiene sentido criticar esta película con adjetivos como “pedagógica” o “panfletaria” porque, sin perjuicio de otros valores que sin duda tiene (entretenimiento, tensión emotiva, un visual vívido), parece pensada prioritariamente para mostrar, a través de un caso ejemplar, lo terrible y lo injusta que es la prohibición del aborto y el daño que puede hacer en la vida de una muchacha, especialmente si proviene de los sectores sociales menos favorecidos.

Sofía, la protagonista, es una joven de 17, negra, de clase media baja, y es la jugadora estrella de un equipo juvenil de vóley de alguna localidad periférica (por el acento diría que es el estado de San Pablo, pero el hecho de que hagan el viaje en auto hasta la frontera uruguaya en una sola noche podría sugerir algún lugar más al sur). Están jugando un campeonato, y Sofía sabe que está en la mira de una ojeadora que puede llegar a recomendarla para una temporada en un equipo chileno. Es una oportunidad increíble de mejoría en su carrera y en su condición social. Justo en ese momento Sofía descubre que quedó embarazada luego de un encuentro sexual casual. Decididamente no quiere tener ese hijo.

Son muchas las dificultades que se le anteponen. No puede contarlo a todo el mundo, entre otras cosas porque es irregular que una embarazada participe en una competencia deportiva. Un aborto ilegal en una clínica cuesta 8.600 reales (unos 1.500 dólares) y ni ella ni sus amigas ni su padre disponen de ese monto. La primera reacción del padre es de reproche, no de contención, y cuando se resigna a la realidad de que la hija rifó la oportunidad de su vida, es reacio a la idea de que aborte, porque piensa que está mal y además porque es un crimen. Uruguay no es una solución, porque el aborto acá requiere que la persona sea residente o tenga nacionalidad.

Ese tipo de triste situación es familiar, pero la película muestra algo especialmente terrorífico y que puede resultar sorprendente para personas alejadas de la realidad retratada. Sofía encuentra en internet una clínica que ofrece soluciones para muchachas que pretenden abortar. A la larga entenderemos que se trata de una trampa. La seudoclínica es en realidad el brazo de un grupo evangélico fundamentalista para identificar muchachas que quieren terminar su embarazo, intentar convencerlas de no hacerlo y, en caso de no lograrlo, presionarlas con escraches, denuncia penal y amenazas. Es uno de los artificios de algunas de las sectas evangélicas brasileñas tendientes a la conversión del país en una teocracia. El clímax de la película ilustra el nivel de demencia cuando, acusándola a Sofía de asesina de bebés, la turba de fanáticos termina atacándola bajo gritos de “¡Matala!”. Vaya “provida”.

Emancipadas y sororas

La situación es aflictiva y tiene aspectos muy angustiosos. Sin embargo, nada de eso llega a ser el tono dominante de la película, que tiende a lo positivo. Más allá de los problemas importantes, el equipo de vóley en que juega Sofía tiene solidaridad y cohesión internas sin fisuras. Si la prioridad de la película fuera construir un marco naturalista a lo Hollywood, sería obligatorio incluir al menos una oveja negra en el grupo, quizá una compañera envidiosa del éxito de Sofía y que funcionara como obstáculo adicional en la trama. Pero la cosa se parece más a El acorazado Potiomkin (1925), donde los marinos rebeldes cierran filas contra los oficiales y contra el gobierno y a favor del pueblo revolucionario: más que describir lo que es más común, la película pinta un marco ideal de lucha, con una finalidad que es más inspiradora, alentadora —militante, al fin—, que meramente descriptiva.

Y ese grupo de mujeres jóvenes es un jolgorio. Cometen pequeñas transgresiones, andan por ahí con cierto desparpajo desafiante, pero disfrutan del apoyo unas de otras y lo celebran constantemente y con bullicio. En el equipo hay por lo menos una mujer trans, y con respecto a las demás, cuando consta su orientación sexual, son lesbianas. Sofía está experimentando un romance con la compañera Bel (pese al episodio casual con el motoquero que la dejó embarazada). Ese contexto de contención y autosuficiencia incluso en lo sexoafectivo es una especie de condensación de la actitud de la película con respecto a la lucha por los derechos reproductivos y, en general, por resistir en un mundo machista, donde nada cabe esperar de los varones.

Por supuesto, hay mujeres villanas en la película: está la señora con pinta de abuela buena que es la enfermera de la seudoclínica abortista; está la directora del club que prefiere echar a Sofía para esquivar el escándalo y ni se plantea buscar alguna manera de ayudarla. Pero no hay ningún varón que quede bien parado. El padre de Sofía, que a duras penas decide apoyarla, a la larga termina siendo totalmente inoperante. Las acciones concretas de apoyo emotivo, económico, institucional e incluso físico (en la pelea cerca del final de la película) provienen todas de mujeres. En las actuaciones, destaco la participación de la impresionante Grace Passô (la técnica del equipo) y el promisorio debut de Ayomi Domenica como Sofía.

Dentro de ese círculo de mujeres emancipadas y sororas, domina una alegría que se cuela en otros aspectos de la película: su paleta de colores con predominio del anaranjado del uniforme del equipo de vóley, el montaje ágil, los encuadres cercanos con el foco corto, la banda musical integrada exclusivamente por géneros recientes sobre beats programados, rap o melodías que transcurren en pocas alturas (como en el reguetón), casi siempre cantadas por mujeres y muchas veces con letras de sexo explícito (funk putaria o similar).

Agilitando el montaje, hay un uso bastante extensivo de planos almohada, que se focalizan a modo de una muy vaga metáfora o con un sentido meramente rítmico. En ese juego de imágenes, hay toda una construcción alrededor de la apicultura: abejas, panales, miel, ahumador, máscara. Son como tropos medio enigmáticos, que sin duda contribuyen a la personalidad visual de la película, pero que no se explican fácilmente como metáforas, salvo por una conexión: el padre de Sofía, que es apicultor, muestra cómo ubicar a la reina en el panal y describe cómo debe cortarle las alitas para que ella no se escape y pueda seguir cumpliendo su rol de reproductora.

Levante, dirigida por Lillah Halla. 96 minutos. Brasil/Francia/Uruguay, 2023. Cinemateca.