La trampa está activada. Benjamin Netanyahu seguirá manteniendo el dedo en el gatillo con la mira puesta en enemigos y aliados, reacios o no. Con el ataque a la embajada iraní en Damasco el 1º de abril y las posteriores represalias iraníes, en gran medida detenidas en los cielos israelíes, consiguió lo que quería: ampliar la guerra y borrar a Gaza de la primera plana de los medios de comunicación. La cuestión palestina pasa a un segundo plano si decide golpear duramente a la república islámica con un conflicto que podría expandirse a Líbano, Siria, Irak y la península arábiga.

Nadie podrá quedarse al margen: este es el objetivo del primer ministro, que quiere involucrar a todos para mantenerse en el poder –estos son sus cálculos– al menos hasta las elecciones estadounidenses de noviembre. Inmediatamente obtuvo con su cinismo imprudente la solidaridad militar de Estados Unidos y de aquellos gobiernos europeos que participaron en la operación contra los drones y misiles iraníes. Y ahora se habla persistentemente de una coalición internacional contra Irán.

Es cierto que Estados Unidos y el G-7 han dicho que no participarán en un posible ataque israelí dirigido contra Teherán. Pero esta es una posición que podría cambiar repentinamente: imagínense lo que podría suceder si a la posible contrarrepresalia contra Irán le siguiera otro ataque de Teherán contra Israel. De hecho, Netanyahu y su gabinete de guerra no han renunciado a atacar nuevamente a los ayatolás. Y después de haber dicho que Estados Unidos está del lado de Tel Aviv de manera “férrea”, la diferencia entre una guerra de ataque y una de defensa se volvería muy sutil.

Los líderes de las potencias occidentales ya se han inclinado en gran medida a favor del primer ministro y sus insensatas iniciativas militares. Nadie, excepto el secretario general de la ONU, António Guterres, condenó el ataque israelí del 1º de abril a la embajada iraní en Damasco, que violó el derecho internacional, la soberanía iraní e incluso la soberanía siria. En resumen, aplicaron el doble rasero habitual, que es la razón real y profundamente arraigada de las guerras en Oriente Medio. Después de todo, esto era de esperarse en una región donde los occidentales invadieron el Irak de Saddam Hussein en 2003, atacaron la Libia de Gadafi en 2011 e hicieron todo lo posible para derrocar al sirio Assad del poder. Cualquier oportunidad es buena para eliminar alguna potencia de Oriente Medio y convertir a Israel en el único guardián (y potencia atómica) de la región.

Con Irán, la vía diplomática se abandonó pronto: en 2015 Barack Obama firmó el acuerdo nuclear con Teherán –que casi nunca tuvo seguimiento–, mientras que a Donald Trump le resultó fácil salir del acuerdo en 2018 y reconocer la Jerusalén ocupada como capital del Estado judío frente a todas las resoluciones de Naciones Unidas.

¿Adivinen quién es el candidato favorito de Netanyahu para la presidencia de Estados Unidos? La verdad es que para burlar el derecho internacional, Trump puede ser el hombre adecuado para el primer ministro judío. El magnate está dispuesto a llegar a un acuerdo con Vladimir Putin, que invadió otro país, reconociendo su esfera de influencia, pero no con el Irán del ayatolá, y quiere barrer bajo la alfombra la cuestión de un Estado palestino, como también hizo Joe Biden.

Por eso Netanyahu también apunta con su arma al actual presidente de Estados Unidos y al mismo tiempo se prepara para presionar al Congreso de ese país para que obtenga más de 17.000 millones de dólares en ayuda militar. Quizás esto por sí solo podría impedirle un “ataque” contra Teherán, que también encontraría una manera de justificar de alguna manera. El chantaje a la Casa Blanca es evidente.

La realidad es que cuando te pones en manos de un gobierno de extrema derecha como el actual de Israel, cualquier cosa puede pasar. Pero, sobre todo, pueden ocurrir los acontecimientos más predecibles. En primer lugar, las incursiones israelíes en Siria no terminarán donde se libra un conflicto con Irán definido en los últimos años como la guerra “invisible”: ahora puede convertirse en un conflicto cada vez más abierto en un territorio donde Israel ocupa el Golán desde 1967, y donde hay bases rusas, estadounidenses y turcas, además de las milicias Pasdaran, Hezbolá y grupos yihadistas, incluido ISIS. Un barril de pólvora. Pero, sobre todo, los israelíes quieren castigar al Líbano de Hezbolá, el aliado clave de Teherán. El casus belli, como ya ocurrió en 2006, ni siquiera necesita ser creado: ya está ahí.

¿Y qué harán los iraníes? El lanzamiento de cientos de drones y misiles –alcanzados por sistemas de defensa antimisiles– iba dirigido al verdadero “público” de los ayatolás, no tanto a la opinión interna, ignorada o manipulada por la propaganda, sino a los aliados de Teherán en la región (Hezbolá, hutíes yemeníes, milicias chiitas iraquíes) y a los adversarios árabes de Irán en la región, especialmente hacia ese Golfo que Teherán quiere absolutamente que sea “persa”, donde está estacionada la sexta flota estadounidense. Pero los iraníes, a diferencia del Saddam iraquí, no tienen intención de librar la “madre de todas las batallas” contra Israel y sus aliados. Su objetivo es sobrevivir en el poder, como Netanyahu, que no tiene intención de quitar el dedo del gatillo. Con él, el choque final seguirá flotando como una pesadilla sobre Oriente Medio. La única alternativa sería la diplomacia, pero inevitablemente implica una solución al drama palestino y a la guerra en curso en Gaza.

Alberto Negri es un periodista italiano. Este artículo fue publicado originalmente en Il Manifesto.