Hoy es 9 de mayo. Faltan 52 días para las elecciones internas y 171 para las nacionales.

En las propuestas y promesas preelectorales hay amplias coincidencias sobre la necesidad de potenciar el crecimiento económico y reducir la pobreza infantil. Sin embargo, sería ingenuo suponer que esto conducirá a futuros acuerdos multipartidarios, porque los programas de gobierno son el producto de visiones integrales sobre la sociedad, y hay ideas muy diferentes sobre cómo se puede y se debe avanzar hacia el conjunto de los objetivos.

Para empezar, la pobreza infantil no es un problema que pueda resolverse solamente con políticas para niñas y niños. Es un indicador que registra la población infantil en hogares pobres, y para que esta población no quede condenada a déficits de salud, educación y oportunidades laborales, entre muchos otros, es preciso que mejore la situación de las personas adultas que la tienen a su cargo (formada en gran medida por mujeres jefas de hogar). Para que la pobreza infantil disminuya, tiene que disminuir la pobreza en general.

En esta edición publicamos una entrevista con la economista Gabriela Mordecki, dedicada en gran parte a la cuestión de la pobreza en Uruguay. Mordecki, profesora agregada del Instituto de Economía de la Universidad de la República, señala datos cruciales: llegando al final de este período de gobierno, la pobreza es “significativamente mayor” que en 2019, pese a que hubo un moderado crecimiento económico; este crecimiento fue desigual, y se produjo junto con un aumento de la desigualdad social.

Vemos, por lo tanto, que las dos coincidencias del sistema partidario mencionadas al comienzo no están necesariamente vinculadas entre sí. El producto interno bruto puede, pudo y podrá incrementarse sin que reduzca la pobreza.

Hay una visión ideológica de la economía que no le asigna mucha importancia a la desigualdad, porque la ve como una consecuencia de que algunas personas meritorias prosperen y se despeguen del resto, impulsando el crecimiento y la creación de puestos de trabajo. En realidad, hay evidencias abundantes de que el enriquecimiento de una minoría no tiene por qué causar efectos de “derrame”, y para comprobarlo basta con revisar lo que pasó en Uruguay cuando la demanda internacional favoreció mucho a los exportadores, pero el problema es más complejo.

Puede haber sociedades con gran desigualdad a partir de niveles básicos de ingreso bastante satisfactorios, pero la situación uruguaya no es para nada esa, ya que una parte considerable de la población está en niveles de pobreza y precariedad que no sólo la excluyen de cualquier dinámica de crecimiento para el país, sino que incluso representan un freno a las posibilidades de crecimiento. La pobreza infantil, además de constituir un drama para el desarrollo humano y un escándalo desde el punto de vista ético, en términos puramente económicos conduce a trayectorias vitales con baja productividad.

El crecimiento económico aporta recursos para reducir la pobreza, y reducirla aporta recursos para el crecimiento. Sin una visión de desarrollo integral, estas dos variables, al igual que muchas más (entre ellas, las del sistema jubilatorio), seguirán en niveles muy poco satisfactorios.

Hasta mañana.