Por suerte, no es el último festival de Cinemateca, o así lo deseamos todos los cinéfilos del Cono Sur. Le pusieron de título o eslogan El Último Festival porque es la oportunidad para despedirnos “de los viejos templos”, es decir, de las salas históricas de Cinemateca en la calle Carnelli, y de Cinemateca 18. A esta altura del año que viene, Cinemateca estará instalada, totalmente reequipada, en su nuevo local cerca del Teatro Solís. La Sala Pocitos seguirá activa, así que al menos ese, de los “viejos templos”, persistirá.

El 36º Festival Internacional de Cine comprende poco menos de 200 títulos y se extenderá desde hoy, jueves 29, hasta el sábado 7, en las salas de Cinemateca. Además, en las dos del Cine Universitario (Chaplin y Lumière), en la sala del Ministerio de Transporte y Obras Públicas (MTOP), en Sala B y, con algunas proyecciones esporádicas, en la Sala Zitarrosa. Habrá películas de un montón de cinematografías raras, que difícilmente aparezcan en las carteleras locales durante el resto del año (y si lo hacen, probablemente será en la programación de la propia Cinemateca), como ser Argelia, Armenia, Bangladesh, Bolivia, Cabo Verde, Costa Rica, Eritrea, Grecia, Holanda, Japón, Indonesia, Lituania, Luxemburgo, Malasia, Montenegro, Noruega, Polonia, Portugal, Ruanda, Serbia, Suiza, Ucrania, Venezuela o Yemen, aparte de sumar a cinematografías menos ausentes (que tampoco es que abunden por acá), como Alemania, Argentina, Bélgica, Brasil, Canadá, Chile, Corea, Cuba, Dinamarca, España, Francia, Irán, Italia, México, Rusia, Suecia y del sector independiente más alternativo de Estados Unidos. Y tendremos las que parecen ser las primeras exhibiciones nacionales de varias películas uruguayas: siete largometrajes (inclusive de directores consagrados, como Alicia Cano y José Pedro Charlo) y 14 cortos. Habrá competencias de largos internacionales, largos iberoamericanos, Nuevos Realizadores, Derechos Humanos, cortos internacionales y cortos uruguayos, y habrá muestras de cine internacional (largos y cortos), un focus de cine brasileño, una muestra de cortos del Festival de Rosario, la sección Ojo con el Cine de películas sobre cine, y Ensayo de Orquesta, de películas sobre música.

Recomendaciones entusiastas

El festival abre hoy con una maravilla: Caras y lugares (Visages, villages, Francia. 21.30 en Cinemateca 18); un documental codirigido por la veteranísima Agnès Varda y el treintañero JR, artista especializado en intervenciones urbanas mediante pegatina de impresiones gigantográficas de fotos propias o ajenas. Los dos salieron a recorrer aldeas de Francia en el camión de JR y fueron conociendo gente, entrevistando, fotografiando, exponiendo sus imágenes en algún muro de la propia aldea y registrando la reacción de la gente. Quien vio otros documentales de Varda sabe de su calidad para encontrar gente increíble y sacar a relucir lo mejor de cada uno frente a cámaras. Eso pasa con varias decenas de los personajes mostrados, pero ella siempre presenta una atracción especial por los rebeldes y resistentes: es muy macanudo el granjero que le explica la conveniencia de extirparles los cuernos a las cabras, pero la heroína es la que se rehúsa a hacerlo y no quiere usar máquinas de ordeñe. Otra señora, última moradora de un abandonado barrio obrero que se rehúsa a dejar porque tiene sentido de pertenencia, casi llora cuando ve que, durante la noche, JR decoró la deslucida fachada con la imagen de ella. Mientras tanto, Agnès y JR se trasladan, cambian ideas, charlan, actúan pequeñas escenas bienhumoradas. Debido a sus 88 años de edad y a un serio problema oftalmológico, Agnès se despide de varias zonas que supo recorrer y que, probablemente, no volverá a ver. En algún caso, JR hace pegatinas con la impresión de una foto que Agnès sacó en ese mismo lugar 60 años antes. La escena más emotiva en ese sentido es la visita frustrada a Godard. Deliciosa, conmovedora, bella, divertida, sensible, crepuscular, esta obra maestra no recibió más premios porque su coautora es demasiado venerada para competir. Entre sus muchos méritos, ahora abre este tremendo festival montevideano.

Otro documental francés, París es una fiesta (Paris est une fête, de Sylvain George. Lunes 2 a las 23.15 en Cinemateca 18; viernes 6 a las 17.30 en Sala Cinemateca), combina múltiples tendencias. Hay partes que remiten al cinéma pur (una construcción de imágenes y sonidos basada, sobre todo, en lo formal), otras al documental lírico y a la “sinfonía de la ciudad” (observación poética de imágenes y eventos), otras se acercan a lo observacional (la cámara examina determinado contexto, aparentemente sin interferir en él, y construye por acumulación una visión sobre lo mostrado), hay momentos más periodísticos y otros que sobrepasan lo “documental” y parecen lindar más bien con lo experimental (la carrera de cuatro minutos por el campo de girasoles hasta encontrar a un hombre desnudo acostado). Está subtitulado Una película en 18 olas, y “olas” es un excelente nombre para las secciones formales, que vienen y se van, se insinúan, se definen, se intensifican, luego pierden energía y se agotan, dejando paso a la siguiente oleada. Está en un blanco y negro maravilloso en sus matices, en la intensidad de sus extremos de oscuridad y luz, aun más notable porque casi toda la película ha sido tomada de noche, con excepción de las manifestaciones populares contra el estado de emergencia y las leyes de flexibilización laboral. También hay una excepción al blanco y negro: la imagen de un muro de ladrillos iluminado, coloreado en los costados con rojo y azul respectivamente, delineando la bandera francesa. La película es profundamente política: se planta junto a los refugiados, los indigentes, los estudiantes y obreros que protestan. Pero, al mismo tiempo, se deja fascinar con las rimas y correspondencias visuales, con los encuadres, con los ritmos, con el choque/armonía entre imágenes montadas unas con otras. Es decir, está plantada en la premisa del modernismo político: la sensibilidad abierta a la visión desfamiliarizada es la misma que permite contemplar la realidad con apertura crítica y deconstruir paradigmas enajenantes. Vemos la belleza de las luces electrónicas y la del claro de la luna; la de la lluvia sobre una estatua; nos incomodamos frente al vago poder simbólico de planos cercanos sobre peces muertos con sus ojos inermes; empatizamos con Mohamad y su punzante relato sobre cómo migró desde Guinea; latimos junto a la energía de la ciudad. Es una realización magistral en lo formal, tributaria de tradiciones centenarias del cine francés que siguen actualizándose y conservando su valor de vanguardia, y profundamente cargada de humanidad.

Los buenos modales (As boas maneiras, de Juliana Rojas y Marco Dutra, Brasil/Francia. Sábado 31 a las 23.25 en Cinemateca 18; viernes 6 a las 21.40 en Sala Pocitos). Sin ser tan radicalmente original como los dos títulos mencionados arriba, esta película es más desconcertante justamente porque empieza mucho más encuadrada en un tópico habitual y vira en forma inusitada a cosas totalmente distintas. Al inicio parece ser una película brasileña más en lidiar, en forma de drama naturalista, con la relación entre una patrona y su mucama. Algo tan característico de la sociología brasileña, cuyas modificaciones en las últimas décadas vienen siendo ilustrativas de cambios sociales e ideológicos, además de ser, en algún sentido, traumáticas para quienes están implicados en su profunda trama emotiva. Si el giro lesbiano que se insinúa pronto en la historia implica un vuelco sorpresivo, esto no es nada comparado con lo que se viene después: cine fantástico o de terror –y con elementos aislados de Alien–, musical, historieta y Frankenstein, además de un cambio total de ambiente (desde un apartamentazo en un barrio moderno de San Pablo a una casa humilde en un suburbio pobre). Brillan las actrices principales Izabél Zuaa y Marjorie Estiano, el guion es estupendo (en cuanto a la manera sutil en que plantea todas las motivaciones, los diálogos, todo), la dirección de arte y la fotografía son formidables. Falla un poco el reparto infantil. Los efectos especiales son el aporte primermundista de los coproductores franceses y son excepcionales para una película brasileña, pero siguen siendo de segunda para los estándares internacionales. Aunque la película funciona muy bien a nivel de drama psicológico, es imposible esquivar los posibles subtextos que tienen que ver con la ebullición social en Brasil, los conflictos de clase, la grieta. Parece joda, pero mirando los créditos finales veo que el actor que hace de lobizón se llama Miguel Lobo, debidamente seleccionado por una directora de reparto llamada Alice Wolfenson.

Otras recomendaciones

Las cinéphilas (María Álvarez, Argentina. Sábado 31 a las 18.25 en Sala Lumière; domingo 1º a las 17.30 en Sala 2) es un documental delicioso sobre mujeres jubiladas de distintas ciudades (Buenos Aires, Montevideo y Madrid) que van al cine prácticamente todas las tardes. Muchos de los espectadores del Festival de Cinemateca se sentirán identificados con la forma en que una señora porteña planifica cuidadosamente su grilla para asistir a varias películas por día en el Festival de Mar del Plata. La señora Lucía, frecuentadora asidua del Cine Universitario en Montevideo, que se roba la película con sus observaciones sobre la vida y, sobre todo, con sus descripciones vívidas de algunas escenas que tiene impresas en su memoria, de Fellini, Bergman, Kurosawa o Konchalovsky. En buena medida ve el mundo a través del cine. Sólo parece un poco contradictoria la música de tono vetusto y melancólico que recubre las imágenes con cierto sabor a naftalina y desvía hacia la decadencia crepuscular a una película que evidentemente pretende un tributo a una forma de expresión que anima la vida.

El sonido interno (Gopon, de Ashraf Shishir, Bangladesh. Hoy a las 20.00 en Sala Lumière). A veces es complicado entender, y aun más evaluar, películas oriundas de cinematografías que desconocemos, como es el caso de la de Bangladesh (país que produce unos 60 largos por año), sobre todo si parecen manejar convenciones locales que nos son ajenas. Así, en bruto, esta película deja una impresión bastante bizarra. Es una producción de bajo presupuesto que se acerca al cine de arte europeo ya que el personaje principal es un “cineasta fallido y poeta fracasado” que intenta realizar su nueva obra —que se parece bastante a la película que estamos viendo—, basada en la novela de una escritora renuente. La idea de un álter ego del autor del film queda reforzada por el hecho de que el personaje del cineasta se llama casi igual (Ashraf Kabir), y su película anterior se titula Gaariwala, como la pieza previa de Shishir. En algún momento nos enteraremos de que Kabir no existe, sino que es, como casi todos los demás personajes, un invento de la mente esquizoide de la escritora. Mientras tanto tenemos: un señor hipócrita que maneja una agencia de protección de derechos de la mujer pero que él mismo es un abusador sexual, un acto revolucionario sangriento, tortura policial, reflexiones sobre la guerra de independencia, los ideales políticos derrotados, escenas melodramáticas de pareja e incluso un número musical, todo eso sonorizado con una música hiperemotiva y diversificadísima, con presencia invasiva en la mezcla de sonido, que, por lo demás, es sumamente tosca, así como la fotografía. El montaje, sin embargo, es imaginativo, complejo y de alto impacto. Incluso hay, como parte del juego modernista, una escena que se repite dos veces con pequeñas variantes (emulando quizá el proceso de imaginación de la escritora que inventó al cineasta, o del cineasta que inventó a la escritora).

Estoy acá (Mangui fi), de Juan Manuel Bramuglia y Esteban Tabacznik, Argentina. Mañana a las 17.10 en Sala 2; martes 3 a las 19.30 en Sala Pocitos) es un documental que hurga en el mundo de la creciente población de inmigrantes senegaleses en Buenos Aires. Acompaña a dos jóvenes amigos, Ababacar y Mbaye, que llevan cinco años en la ciudad. Vemos imágenes de un Senegal árido, pobre y sin perspectivas, al que sin embargo ambos amigos sueñan con regresar, porque les resulta triste la vida aislada que llevan las personas encerradas en sus casas, extrañan la sociabilidad barrial-callejera y el espíritu de convivencia familiar de su país de origen. Hay un significativo contraste entre lo que (al menos a nuestros ojos) luce como la profunda religiosidad en la gran mezquita de Touba, y la actitud más evidentemente predadora de los predicadores evangélicos en las calles porteñas. A los dos personajes principales los acompañamos en sus actividades cotidianas, en entrevistas a cámara (en un español rudimentario pero suficiente) y en extensas conversaciones entre ellos en wólof (con subtítulos) y son, sencillamente, entrañables.

La historia de Sambá (de Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas, República Dominicana. Hoy a las 17.40 en Sala Cinemateca; jueves 5 a las 17.00 en Sala B) transcurre en el ambiente sórdido del boxeo no estelar de un país tercermundista. Coimas, matones que acosan por la devolución de plata prestada, un personaje cuyo hijo es delincuente, y la esperanza de salir adelante, son algunos de los ingredientes en juego. El montaje es sumamente ágil, las actuaciones muy buenas (especialmente Ettore D’Alessandro como exboxeador italiano que pretende oficiar como agente de un nuevo talento) y la insólita banda musical entrevera rap, merengue y Wagner.

Recomendaciones con un pie atrás

Invisible (de Pablo Giorgelli, Argentina en coproducción con cuatro otros países. Mañana a las 19.00 en Sala Pocitos; domingo 1º a las 21.25 en Cinemateca 18) tiene un enfoque realista muy influido por los hermanos Dardenne, y tremendamente bien realizado, incluida una actuación sobresaliente de Mora Arenillas como la joven con un embarazo no deseado. El vuelco final es una lástima, porque queda muy cerca de una posición conservadora provida.

Diario de mi mente (Journal de ma tête, de Ursula Meier, Suiza. Domingo 1º a las 19.30 en Cinemateca 18; viernes 6 a las 16.45 en MTOP) está basada en un hecho real: un joven, sin motivo aparente, mató a sus padres, se entregó a la policía pero envió un detallado relato de ello a su profesora de literatura, que venía estimulando a sus alumnos a expresar sus sentires personales. Eso pone a la profesora en la incómoda situación de mentora del gurí psicópata. El inicio es intrigante y está tremendamente bien montado, pero luego la cosa no avanza hacia ningún lado. Fanny Ardant oscila, como casi siempre, entre su modo de “hada madrina” y su otro modo de “señora afectada por noble sufrimiento”. Y, claro, se nos cae la baba con el sistema carcelario suizo.